Sóngoro Cosongo

CULTURA, INICIO

Juan Noel Armenta López

Se fue Roberto Martínez Zavaleta en forma por demás anticipada. Pero así es la condición de vida. Sin embargo nos deja Roberto un buen sabor de boca con su existencia. Sin duda quienes le conocimos lo extrañaremos. Muchas cosas importantes rodearon a Roberto: su familia, inseparable. Sus amigos, entrañables. Su pueblo, una obra de Dios según su propio dicho. Y una de las cosas que más le apasionaban fue la declamación. Es el bálsamo del alma, repetía con frecuencia cuando hablaba de la declamación. Llora su familia la partida. Lloramos sus amigos la ausencia. Gustaba de la vena poética del cubano Nicolás Guillén. Cuando Roberto declamaba el poema Sóngoro Cosongo de Nicolás Guillén, conocía uno la grandeza del poeta que cantaba a los hombres de color. Roberto daba vida a Nicolás Guillén para quien no lo conocía, pese a distancia geográfica y tiempos. Donde quiera que se paraba Roberto Martínez Zavaleta, dejaba amigos. Tuvo Roberto gran capacidad comunicante. Roberto siempre tenía al momento la palabra fresca y estimulante que hacía sentir bien a quienes le rodeaban. En una ocasión me dijo que si algo valoramos las personas, es una palabra de aliento. Nacido en Emilio Carranza, municipio de Vega de Alatorre. Aunque decía entre risas que tenía mucho ombligo para pertenecer a muchos territorios. Así era Roberto: carismático, alegre, sencillo, platicador y cariñoso. Desde muy joven incursionó en la declamación. Ganó premios y reconocimientos. Tenía una forma distinguida y única de decir un poema. Muy chico, como no había muchos foros culturales en el pueblo, pues nosotros éramos su aplauso, y la banca del parque su tribuna. Pero siempre nos sorprendía con esa forma tan especial de envolver la palabra. En una ocasión se acercó al grupo un joven que había hecho un problema. Y con temor, con humildad, estando inseguro de su obra, le pidió a Roberto que lo leyera. Cuando Roberto lo declamó, el poema creció al amparo de su voz. Podría jurar que mi poema era otro en voz de Roberto, dijo el joven poeta. Y eso le dio seguridad no solo para seguir escribiendo, sino hasta para publicar. Muchos años Roberto fue maestro de ceremonias de lo

que era el departamento de Acción Social, del Gobierno del Estado. Cuando menos los últimos cinco gobernadores se movían en el escenario con la voz de conducción de Roberto. Quienes asistíamos por alguna razón a las ceremonias oficiales, era para nosotros común asociar la presencia del gobernador a la voz grave y profunda de Roberto. En esos actos sobrios, serios, juaristas, la voz de Roberto describía magistralmente la presencia de importantes personalidades asistentes, y se destacaba la solemnidad del acto. Siendo un niño Roberto, cuando me vine a la ciudad me encargó un libro: 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Y me dio el dinero. Pero como aquí no se comía como en el pueblo que solo se estiraba la mano y se cortaba el fruto, pues me gasté el dinero. Y fueron treinta y cinco años que cada vez que me encontraba a Roberto me decía: ¡Mi libro! Y bueno, la deuda se fue brincando en las hojas del calendario. Y un día, aprovechando un acto cultural en donde Roberto fue maestro de ceremonias, pedí la palabra, conté la anécdota, y le entregué el libro a Roberto. Roberto me dio un abrazo entre aplausos de fondo, y al oído me dijo: ¡Mi vuelto! Así era Roberto, irrepetible. Y todavía nos queda un baluarte de la conducción en Veracruz: Joel Verdejo. A quien en vida se le debería de honrar. Héroe de mil batallas, lo llama nuestro común amigo, el periodista Noé Valdés. Y hace poco me enteré que el nuevo titular de Acción Social, Edmundo Martínez Zaleta, parece que aprovechará la experiencia de Joel Verdejo. De ser así no nos extrañaría, porque Edmundo siempre entra con el pie derecho en los distintos cargos de responsabilidad que le han conferido. Los todavía recientes acontecimientos en la vida de Joel Verdejo, son una dura prueba que Joel está enfrentando con gran entereza. Quienes te conocemos Joel, sabemos que saldrás adelante. ¿Por qué escribí tardíamente de Roberto Martínez Zavaleta? Porque el dolor nubla la razón. Doy fe.