La sospecha

CULTURA

Juan Noel Armenta López

Y todos los pobladores vieron con desagrado la llegada de esa persona. Avanzó el fuereño por las calles empedradas como poseído por una fuerza del más allá. Caminaba con la imagen de un desvalido, de un mendigo, de aquel que lo ha perdido todo. Sus ropas parecían rasgadas por la crueldad del viento. La barba entrecana crecida. Iba sudoroso. Le pesaban al fuereño los pies para caminar. Tenía la mirada extraviada y se podría jurar que el alma había huido despavorida de aquel cuerpo. Algunas personas veían al fuereño con curiosidad. Y otros lo veían con ternura porque emanaba humildad y sufrimiento. Pero nadie se acercó al fuereño porque también causaba repulsión y miedo. Pero la señora Josefita Santabella, noble como siempre había sido, le ofreció su mano protectora. ¿Qué le pasa buen hombre?, le preguntó la samaritana al fuereño. Para esto, los pobladores, ya con más confianza, se acercaban curiosos. Señora buena, respondió el fuereño con voz ronca y dolida, vengo de un pueblo muy lejano donde me trataron mal sin que yo diera motivo alguno. ¿Qué le han hecho en ese pueblo del que me habla?, le dijo Josefita Santabella. Señora buena, en ese pueblo de donde vengo, me asaltaron, me robaron mi burro, me negaron comida, me negaron un trago de agua, me fustigaron, me lastimaron, respondió el extraño personaje. Y la señora Santabella ayudó al fuereño, tomó la mano del desconocido y le dijo que se incorporara. Y lo llevó a su casa, seguidos de una muchedumbre que incrédulos vieron con mayor admiración la caridad pública, la buena fe, los valores morales y éticos de Josefita Santabella. La gran samaritana le dio al extraño personaje todas las comodidades de su casa. Y esa noche el extraño durmió plácidamente recuperándose de cosas malas pasadas. En tres días, el fuereño estaba recuperado y fortalecido de cuerpo y alma. Muy agradecido del trato que le habían dado. Pero ese domingo, antes de la misa, en la plaza pública, ante todos los asistentes, el fuereño dijo: ¡Quiero recuperar mi burro, no me obliguen a hacer lo que hice en ese pueblo de donde vengo! Entonces la gente se espantó y desconoció a quien la señora Santabella había ayudado. Y empezó el pueblo con pánico a pensar que tal vez el extraño personaje había matado mucha gente en ese pueblo del que venía. Otros vieron al extraño como el mismo diablo encarnado en ese ser malo y despreciable. Los pobladores se escondían y se asomaban tras cortinas con el miedo de que ese hombre repitiera tal vez los asesinatos de tanta gente indefensa. La gente se reunió en la iglesia y todos hablaron con angustia y miedo, se sentían amenazados. Pero en el pueblo nunca falta un hombre juicioso, y ese fue don Fidencio. ¿Qué dijo ese extraño?, interrogó don Fidencio. Que apareciera su burro, que no lo obligaran a hacer lo que hizo en el pueblo de donde venía. Entonces don Fidencio dijo que se le comprara un burro para que se fuera ese asesino. Y la gente aplaudió la decisión de hombre tan sabio. Al otro día le dieron el burro al extraño, y antes de partir en medio de gran cantidad de gente, don Fidencio le preguntó: ¿Qué hizo usted en ese pueblo de donde vino?, digo, pregunto solo por curiosidad. Pues nada, que al robarme el burro, me tuve que venir a pie, por eso les dije que no me obligaran otra vez a hacer lo mismo, a caminar. Y se fue en su burro el extraño personaje. Y todos quedaron pasmados. Moraleja: La sospecha no necesariamente es la verdad. Gracias Zazil. Doy fe.

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