Cuentos de Perote y otros lugares

CULTURA
Buen día, hoy les comparto el cuento: «El azadón dorado», que esta contenido en el segundo libro «Cuentos de Perote y otros lugares» que hemos escrito mi amigo Miguel Delgado y un servidor, ojala sea de su agrado.
Cierto día, Felipe iniciaba su jornada de trabajo en su parcela de la colonia Libertad, junto a su arado que era jalado por la yunta, cuando de pronto algo se cruzó en el camino de las bestias; que se negaban a avanzar más; Felipe se asomó a ver que había asustado a los animales y lo que vio lo dejo atónito: frente a él, resplandecía un azadón dorado con impecables formas, que de inmediato lo deslumbro y sintió deseo de tenerlo. Poniendo manos a la obra excavo con las dos manos y con su viejo azadón; aunque la maniobra no fue fácil, al fin quito la tierra alrededor del azadón y jalo una piedra que lo sujetaba al terreno, lo que le permitió sacarlo. Apenas lo tomo en sus manos, se percató de que el azadón tenía un raro comportamiento, su peso se acrecentaba a veces y otras más se volvía muy ligero.
Envolviéndolo en su sarape, Felipe volvió a su casa con su nueva adquisición y lo mostro a Camila, su esposa, quien sorprendida lo tocaba repetidas veces tratando de adivinar de que material seria… “¡ojala fuera de oro, vendiéndolo terminarían nuestros apuros económicos”- pensaba.
A la mañana siguiente, Felipe decidió llevar el azadón con Pascasio, un anciano conocido suyo, para que le dijera de qué material estaba construido. Felipe envolvió nuevamente el azadón en su sarape y tomo camino a la casa de Pascasio que vivía a orillas del pueblo. Con todas las precauciones, para que no lo vieran y quisieran robarle, le mostro el azadón a Pascasio, quien sin duda le dijo que el azadón era de oro, pero que su peso a pesar del tamaño era muy poco y que en la venta le darían muy poco dinero si lo vendía como oro, que valía más como un adorno. Desencantando por lo que escucho, Felipe agradeció a Pascasio, se despidió y regreso a su casa para contarle las malas nuevas a Camila.
Era ya de noche, Felipe y Camila estaban elucubrando a quien venderle el azadón y en que lo gastarían, cuando alguien toco a la puerta; un hombre alto, encorvado, vestido de negro, calvo totalmente, con una voz muy grave y refulgentes ojos rojos, los saludo y les pidió que le permitieran entrar. Cuando estuvo adentro les conto que había extraviado en el campo su querido azadón dorado, que si ellos sabrían algo de eso. Felipe y Camila, se miraron uno al otro y de primera intención lo negaron, pero con cierto remordimiento y ante la inquisidora mirada de los ojos del hombre que tenían frente a ellos, que brillaban como dos llamas ardientes terminaron aceptando que Felipe había encontrado algo parecido en el campo, mientras trabajaba en su parcela pero que si lo reconocía como suyo, se lo devolvería en ese momento. El extraño hombre hizo un ademan de compresión y en señal de agradecimiento por la actitud de entregarle el azadón sin más, les propuso un acuerdo.
Primero les explico las propiedades de aquella extraña herramienta: el azadón cambiaba de peso de acuerdo a la persona que lo tomara y le permitía encontrar tesoros bajo la tierra, cuando se volvía pesado detectaba tesoros y permanecía ligero donde no los había; pero además, cuando la tierra se trabajaba con el azadón, la tierra producía más y en menor tiempo si el azadón estaba ligero o se convertía en tierra infértil si el azadón se apesantaba; y por último, cuando se colocaba en las manos de alguna persona enferma también podían saber si iba a vivir o morir, moriría si el azadón se volvía pesado y viviría si se mantenía ligero.
Sospechando de quien se trataba, Felipe y Camila guardaron silencio, mientras seguían escuchando. El personaje les daría la oportunidad de usarlo para encontrar el tesoro que estaba en su terreno y probaran lo que les había dicho, en tres días regresaría pero si hacían mal uso del azadón caerían enfermos y este se volvería fatalmente pesado para ellos. El hombre se despidió Felipe y Camila, quienes quedaron impactados y temerosos por lo acontecido y caminando, el extraño se perdió en la oscuridad.
A la mañana siguiente, muy temprano, Felipe tomo camino hacia la parcela acompañado de Camila. Con una sola mano Felipe cargaba el azadón cuando de pronto este se desprendió con mucha fuerza hacia el suelo. Cuando Felipe quiso levantarlo nuevamente no pudo, por lo pesado de este. Recordando lo que le había dicho el personaje de los ojos de fuego, Felipe excavo en el lugar y después de un rato pudo ver como de una extraña vasija rebosaban monedas doradas. Feliz por el hallazgo, Camila se apresuró a echarlas en un morral. Después de eso, el azadón se volvió tan ligero como al principio. Felipe, animado por probar lo que pasaba si trabajaba con el azadón, empezó a recubrir las plantas pequeñas jalando tierra con la inesperada herramienta, sin percibir de inmediato ningún cambio. Después de terminar un surco completo se desanimó y regresaron a su casa, guardaron las monedas e hicieron planes para gastarlas, creyendo que la segunda mención del visitante era solo un mito.
Al día siguiente nuevamente Felipe regreso a su parcela y para su sorpresa las plantas que el día anterior estaban apenas asomando, ahora estaban grandes y frondosas, a punto de echar frutos; ya no había ninguna duda: lo que había escuchado hacia dos noches era verdad: el azadón era tan maravilloso por sus dones como temible por sus consecuencias para quien no lo tomara en serio, por lo que el hombre termino de cubrir todas las plantas de su parcela y se retiró emocionado.
Al tercer día, siguiendo con sus labores del campo y curioso del efecto del azadón, Felipe volvió a su parcela y ahora toda su siembra estaba completamente cubierta de flores y frutos, nuevamente regreso a su casa feliz porque tendrían una abundante cosecha. Pero antes de entrar a su domicilio Felipe se encontró de frente con su compadre Esiquio, quien era como un hermano para él, a quien le tenía mucha confianza; después de saludarlo muy efusivamente Felipe le contó a Esiquio toda la historia del azadón dorado contándole pormenorizadamente lo que había sucedido desde que lo encontró enterrado; Felipe mostro el azadón a Esiquio y cuando Esiquio lo tomo en sus manos nuevamente se volvió tan pesado que no pudo cargarlo y lo coloco en el suelo. Esiquio le comento a Felipe que se había sentido un poco mal desde hace unos días, aunque el medico no había encontrado la causa. Otra vez, Felipe volvió a recordar lo que significaba eso y asustado le pidió a Esiquio que pasara a su casa; Esiquio acepto pasar, se sentó en una silla del comedor y tomo un vaso con agua que le ofreció Camila, que para ese momento había escuchado toda la conversación, cuando Esiquio empezó a tomar el agua empezó a toser copiosamente y cayó al suelo. Tratando de reanimarlo Felipe y Camila, vertían agua en la cara de Esiquio y ponían alcohol cerca de la nariz, pero Esiquio no reaccionaba. Sin saber que hacer ante tan fatal suceso escucharon unos golpes en la puerta, cuando abrió Felipe, el extraño nuevamente apareció afuera de su casa; el cuerpo de Esiquio yacía aun en el suelo. El visitante sin inmutarle el cuerpo de Esiquio, miraba fijamente con sus ojos refulgentes a Felipe y a Camila que volteban a mirarlo con miedo.
Se dirigió a ellos preguntando ¿qué les ha parecido la experiencia del azadón?, Felipe y Camila se vieron uno al otro y contestaron con temor: “¡de mucho miedo!”. El personaje no pudo contener reírse a carcajadas por lo que percibía y señalando al cuerpo de Esiquio les dijo “¡el servicio del azadón no es gratis y la avaricia que vence al miedo siempre tiene un costo!
Estupefactos y temerosos Felipe y Camila, estallaron en llanto, inmediatamente el personaje levanto en sus brazos el cuerpo de Esiquio, tomo el azadón y les pidió no mencionar nada de lo sucedido, porque si contaban algo pronto volvería a visitarlos.
Después de que se marchó aquel personaje, Felipe y Camila secaron sus lágrimas, jalaron las monedas y las colocaron en una bolsa. Muy temprano las depositaron en la urna de la iglesia y Felipe regreso a su parcela a seguir con su labor de cultivo con su viejo azadón. A partir de ese día, los objetos que encontró en su parcela los enterró lo más profundamente que pudo para no tener sorpresas tan “terroríficas”.
FIN
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