
Sin tacto
Semper Fidelis
Por Sergio González Levet
Fidel Herrera Beltrán era un político encantador… un encantador de gente, de personas en lo particular, de grupos, de multitudes.
Simpático, ingenioso, culto, informado, daba la idea de que no había conocimiento humano ajeno a su inteligencia, a su memoria prodigiosa, a su talento innato de pícaro -en el mejor sentido del género literario del Siglo de Oro español-.
Cuando nació y sin saberlo, Fidel Herrera ya tenía un modelo de vida en don Pablos, el protagonista de El Buscón de Francisco de Quevedo, y no podía ser menos porque este autor es literariamente considerado el ave fénix de los ingenios, como lo pudo haber sido Fidel en la política mexicana y a la mexicana.
Y sí, como buen pícaro, el joven crecido en los acaloramientos naturales y humanos de la Cuenca del Papaloapan, el Golden Boy de Nopaltepec, cultivó el arte de conocer al hombre, al grado de que nada de él le fue ajeno, como en la famosa frase de Publio Terencio.
Su aguda mirada de scanner de alta velocidad registraba en microsegundos el carácter, las debilidades y las posibilidades de cualquier interlocutor que se le pusiera enfrente. Y descubría de inmediato el secreto para ganarse a quien fuera, cuando tenía el interés o las ganas de hacerlo, que casi siempre era siempre.
Simpático, ingenioso, culto, informado… pero también un mitómano crónico, cuyo origen no estaba en alguna necesidad de mentir sino en la oportunidad de ensayar su inventiva, su imaginación, su talento para inventar ficciones.
Un político no cercano a él decía que Fidel siempre te engatusaba, y además conseguía que salieras riéndote como si te hubiera hecho un favor. Afirman ciertos ancianos sabios que Fidel hubiera sido el mejor interlocutor mexicano para tratar con las liviandades de Donald Trump y para ganarle en las negociaciones…
Pero además de encantador, Fidel era un torbellino, un vendaval que salía incesantemente de las oquedades de su mente febril, activa, acelerada. Qué diferencia con la lentitud educada de su antecesor en la gubernatura, el licenciado Miguel Alemán, y qué diferencia con la obesa parsimonia de su sucesor Javier Duarte.
La velocidad en el pensar y en el actuar definió su impronta como hombre público. Aunque existe una percepción contraria, poco sabemos en realidad de la vida íntima del exultante político, de los entretelones hogareños, pero queda como constancia el amor que le profesaron sus hermanos, sus hijos y su querida Rosa Margarita, a quien apenas el sábado volvió, ahora sí para la eternidad.
A Fidel lo vamos a extrañar los veracruzanos. Muchos recuerdan alguna ayuda que les dio; otros, sus anécdotas de vida y de mandato que le dieron color y sabor a su impronta inmediata.
Con Fidel se va una época que es cara a muchos y fue definitiva para otros.
Hoy lo recordamos ante su ida. Ah, y cómo nos seguiremos acordando de él.
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