Sin tacto

OPINION

 

 

El imperio de la Ley /2

 

Por Sergio González Levet

 

En el pasado “Sin tacto” relaté la vida del Señor K a partir de que se fue a vivir a un fraccionamiento de cierto postín, de un poco más de medio pelo, digamos, a una colonia de tres cuartos de pelo.

Ahí fui relatando todos los ruidos insensatos que ha tenido que aguantar el pobre hombre debido a la falta de urbanidad de sus vecinos: Perros que ladran inmisericordes; carpinteros y albañiles que hacen del estruendo su oficio (no lo consigné, pero aquí lo hago, que añaden al daño la burla, porque aderezan su jornada de trabajo con corridos tumbados que compiten estereofónicamente en el volumen desde una obra hasta la otra); motociclistas inhumanos: jardineros dueños del sonido y la furia de sus mosquitos.

Todos esos ruidos monumentales quedan fuera de lo que permite la reglamentación urbana, pero al parecer casi ninguna autoridad se atreve a hacerla efectiva por miedo a la respuesta de los vecinos afectados, ésos que afectan a todos los otros vecinos, atormentados.

Y en esas formas de violación a las leyes hay otros componentes que si bien no afectan exclusivamente al oído, sí acaban con la tranquilidad y la comodidad que debería entrañar la vida en un fraccionamiento de uso habitacional exclusivo.

En el conjunto urbano donde se ubica la casa del Señor K hay la oficina de una empresa constructora cuyos empleados llenan las calles aledañas con sus vehículos en el día, y durante muchas noches con las exclamaciones propias de quienes están haciendo un bomberazo en la chamba. Y en una privada se estableció hace poco una Universidad medio patito, pero que es un buen negocio porque sus dueños y sus docentes estacionan lujosas camionetas de modo que hacen muy complicada la salida del fraccionamiento.

Entre los vecinos del Señor K nadie puede explicar cuál es la razón por la que en un conjunto habitacional exclusivo hay un taller de carpintería, una constructora y una escuela., más una veintena de obras de construcción que difícilmente cumplen con las estrictas reglas municipales, establecidas para evitar en lo posible molestias y peligros a los vecinos.

Sí, en efecto, el Señor K, que es un vecino modelo, se acercó a hablar con los dueños de esos negocios o empresas que están fuera de la ley por su ubicación no permitida en un conglomerado exclusivo para casas-habitación. La respuesta que obtuvo en cada caso fue la sinrazón, la lógica al revés, la insensatez de quien sabe que atenta contra la Ley, pero se siente protegido por sus relaciones políticas o por las mordidas que da a los inspectores correspondientes, ya del municipio, ya de alguna dependencia estatal.

Resignado, don K está tratando de hallar la forma de vivir en convivencia, pero sin las contenciones que ofrece el imperio de la Ley.

 

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