
Sin tacto
El imperio de la Ley
Por Sergio González Levet
El Señor K vive en un fraccionamiento medio alto de una población del Estado de Veracruz que por su cantidad de habitantes puede ser considerada una ciudad. Después de mucho trabajar, administrar el gasto de su hogar y sacrificar vacaciones y otros lujos, él y su esposa lograron ahorrar la cantidad que necesitaban para pagar el enganche de su casa, y pudieron completar la operación mediante un préstamo hipotecario que les concedió un banco. Cuando la pareja y sus hijos llegaron a vivir a la residencia por tantos años soñada, pensaron que habían arribado al paraíso en la tierra y que les esperaban en adelante años de comodidad y bienestar del bueno (es que sí, hay un bienestar del malo, pero ésa es otra historia).
Contra lo que esperaba la familia toda al vivir en un fraccionamiento de medio lujo, su vida cotidiana no mejoró sensiblemente, ni mucho menos, y unos años después de estar establecidos en el lugar, algunos integrantes han llegado a pensar que viven en un infierno, en particular el Señor K.
Repasemos un día en general de su vida, que son casi todos iguales:
Entre las 6:30 y 7 de la mañana, nuestro protagonista despierta con gran exasperación por los rugidos del perro de su vecino de enfrente, un animalón desesperado y enojado porque tiene que vivir en una cochera en la que respira gases venenosos y no puede moverse y corretear tal cual es el sino de su raza.
El Señor K, que es un ciudadano que paga religiosamente sus impuestos y que tiene como divisa el respeto a sus congéneres, sobre todo los más próximos, ha intentado en muchas ocasiones dialogar con el amo del engendro para que haga algo al respecto, pero siempre le ha contestado con malos modos que el perrito está sano y por eso ladra… y que “le haga como quiera”.
Se nos olvidaba mencionar que el Señor K padece una enfermedad nerviosa que se llama Trastorno de Ansiedad Generalizada, que toma un tratamiento siquiátrico para cura el mal, pero que los ruidos afectan gravemente su recuperación.
A las 8 de la mañana, don K baja con su esposa a desayunar pero ese momento de refrigerio que debía ser un remanso de tranquilidad para preparar la jornada de trabajo resulta un verdadero infierno porque en la avenida de atrás establecieron indebidamente un taller de muebles y es la hora en que los maistros carpinteros echan a andar sus maquinarias inhumanamente ruidosas.
Ese escándalo se ve aumentado con la actividad de unos jardineros, que todos los días pasan para arreglar los patios de la vecindad; del arrollador estruendo de la motocicleta sin tubo de escape de un vecino, que está encendida religiosamente todas las mañanas durante 20 minutos; del sonoro rugir de una cortadora de azulejos que tiene caminando un albañil en alguna casa desconocida, y del zumbido atronador de la aspiradora de un lavacoches.
Acudió nuestro héroe ante las autoridades municipales para presentarles su problema de vecindad y ahí le dijeron que ellos no podían hacer nada, porque no podían hacer valer los reglamentos de buen gobierno puesto que eran antipopulares.
Y un funcionario lo terminó regañando y le dijo que mejor se fuera a su casa y se aguantara, porque en esa ciudad se vivía “bajo el imperio de la ley”.