
Sin tacto
Hasta un niño puede
Por Sergio González Levet
Tengo un amigo a quien admiro y respeto por su gran intelecto, quien es un experto reconocido a nivel internacional en el área de las ciencias económicas, dueño de dos maestrías y un difícil doctorado en asuntos de altas finanzas.
Hace un tiempo tomaba un café con él y me pidió el número de mi celular. Resulta que su antiguo aparato había dado de sí, y había tenido que sustituirlo, pero en el cambio había perdido a la mayoría de sus contactos, el mío entre ellos.
Le dije que echara mano de su nuevo teléfono para que anotara mi número, pero él me detuvo y le pidió una servilleta y una pluma al mesero.
—Pérame, pérame —me dijo—. Voy a anotar tú número en esta servilleta y de ahí se la llevaré a mi hijo para que integre tu contacto en mi teléfono. Él a sus 12 años le sabe mucho más al uso de estos aparatitos y me hace el favor de poner el mío al corriente. Yo de plano no sé manejar los celulares.
En verdad que quedé sorprendido de su analfabetismo informático y así se lo expresé:
—¿Cómo es posible que tú, que eres un gran científico que puede interpretar el comportamiento de los grandes flujos de capital en el mundo, no sea capaz de meter un nombre y un número en el directorio de un celular? —le manifesté extrañado.
—A mí esas cosas de los nuevos teléfonos se me hacen como un arcano, un terreno en el que soy un ciego y un sordo. Uso el celular y puedo hacer llamadas, mandar mensajes y recibirlos, pero hasta ahí. Las otras cosas que hacen esas cosas son para los jóvenes que han vivido siempre en este mundo lleno de tecnología. Yo ya estoy viejo como para estar aprendiendo.
Eso me lo decía una persona que acababa de publicar un libro sobre un tema económico que había sido ampliamente reconocido en la comunidad científica del país, por lo que no pude más que sorprenderme.
Lo que en realidad sucede con mi querido amigo es que podría fácilmente manejar el celular con una maestría superior, digna de su intelecto capacitado para discernir las ideas más profundas.
Peeeero…
Él, al igual que la mayoría de los miembros de mi generación, evade esa capacitación porque está enojado, muy enojado. En nuestras épocas de juventud, el teléfono era un aparato que estaba fijo en la sala de la casa y que servía única y exclusivamente para hablar, para hablar por teléfono.
Y ahora resulta que el aparatejo es además de teléfono, un reloj, una agenda, un instrumento para medir todos los índices de nuestro organismo, una alarma que te recuerda oportunamente las citas importantes, un consejero, una ventana al mundo de la información y una ventana inmediata abierta al mundo, una televisión, un cine, una radio, un mensajero y una computadora.
No, no es que a mi inteligente amigo se le haga imposible manejar el celular, lo que hasta un niño puede hacer, Es que está enojado con ese aparato que nos cambió el mundo para siempre y ni siquiera nos pidió permiso para meterse en nuestras vidas…