Sin tacto
La Navidad, Eliot y Mistral
Por Sergio González Levet
Puede usted buscar en su corazón o en el alma -espíritu que tal vez existe- y hallará palabras sonantes o fugaces ideas que le traerán la emoción -si es cristiano o similar- de sentir a Dios en el pecho y querer donar su amor al mundo.
O tal vez buscará sin encontrar, y no es porque no tenga nada ahí, sino porque no aprendió o no le enseñaron a mirar hacia dentro.
Pero seguro hallará -oh, sí, se lo aseguro- en el fondo de lo que han escrito los poetas lo que busca para que se sienta agraciado por la belleza y la verdad.
Hoy en tiempo de navidades recurro a dos grandes, enormes voces, la de la chilena Gabriela Mistral y la del gringo T. S. Elliot.
Ahí está todo lo que busca -quizás-.
T.S. Elliot
Hay muchas actitudes hacia la Navidad,
algunas de las cuales podemos desechar:
la social, la torpe, la abiertamente comercial,
la juerguista (los bares abiertos hasta medianoche)
y la pueril — que no es la del niño
para quien la vela es una estrella y el ángel dorado
que despliega sus alas en la cima del árbol
es no un simple adorno, sino un ángel.
El niño se embelesa ante el Árbol de Navidad:
dejadle conservar ese espíritu de admiración
ante la Fiesta en cuanto evento no aceptado como pretexto;
de modo que el arrebato centelleante, la maravilla
del primer Árbol de Navidad recordado,
de modo que las sorpresas, el deleite en nuevas posesiones
(cada cual con su peculiar y emocionante olor),
la expectativa del ganso o del pavo
y el esperado sobrecogimiento ante su aparición,
de modo que la reverencia y la alegría
no lleguen a olvidarse en la experiencia posterior,
en el aburrido acostumbramiento, la fatiga, el tedio,
la certeza de la muerte, la conciencia del fracaso,
o en la piedad del converso,
que puede estar teñida de arrogancia
desagradable a Dios e irrespetuosa hacia los niños
(y aquí recuerdo también con gratitud
a santa Lucía, su canción y su corona de fuego):
de modo que antes del fin, la octogésima Navidad
(entendiendo por “octogésima” la última),
los recuerdos acumulados de la emoción anual
puedan concentrarse en un gran gozo
que será también un gran temor, como en la ocasión
en que el temor desciende a cada alma:
porque el principio nos rememorará el final
y la primera venida, la segunda venida.
Gabriela Mistral
Vamos a buscar
dónde nació el Niño:
nació en todo el mundo,
ciudades, caminos…
Tal vez caminando
lo hallemos dormido
en la era más alta
debajo del trigo…
O está en estas horas
llorando caidito
en la mancha espesa
de un montón de lirios.
A Belén nos vamos.
Jesús no ha querido
estar derramado
por campo y caminos.
Su madre es María,
pero ha consentido
que esta noche todos
le mezan al Niño.
Lo tiene Lucía,
lo mece Francisco
y mama en el pecho
de Juana, suavísimo.
Vamos a buscarlo
por estos caminos.
¡Todos en pastores
somos convertidos!
Gritando la nueva
los cerros subimos
¡y vivo parece
de gente el camino!
Jesús ha llegado
y todos dormimos
esta noche sobre
su pecho ceñidos.
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