Sin tacto
La Ley Lafourcade /2
Por Sergio González Levet
De Natalia Lafourcade y su relación amorosa con Veracruz podemos hablar horas y no finalizar nunca.
Podríamos empezar en el desayuno con un pocillo de café con leche y para sopear a gusto una pieza de pan corriente -de ésas que sólo sabe hacer don Antonio Suárez Olmos-. Seguiríamos en la comida con los guisos aderezados por la insondable cocina jarocha y acabaríamos -aunque nunca termináramos- con unos deliciosos antojitos que nos enfilarían a un sueño digno de vivirlo despierto.
Porque eso es lo que ha hecho Natalia toda su vida, y más cuando decidió vivir la pandemia en la cuna materna y revivió las horas de la infancia y recordó que nunca había olvidado sus orígenes musicales al ritmo del son jarocho y de las otras cadencias que se escuchan y se gozan en las latitudes y en las altitudes jarochas.
Hay muchas otras razones por las que los oriundos de por acá se enorgullecen de llamar paisana a esta cantautora de breve talle y voz de trueno suave. Y hay que encimarle además la viceversa, porque Natalia ama profundamente a su tierra (veracruzana) y ha hecho por ella lo que pocos, en su música y en su gesta.
Rescatemos su primer disco instrumental, sus Cuatro estaciones que grabó en 2007 con la Orquesta de Música Juvenil de Veracruz dirigida por el maestro Antonio Tornero; sigamos con el disco monumental con el que revivió una vez más las canciones de otro paisano inmortal, Agustín Lara; tengamos en cuenta el encuentro maravilloso de Natalia con Ricardo Perry Guillén y Los Cojolites, que nos dio dos álbumes y dos premios Grammy; recordemos y cantemos una vez más Mi tierra veracruzana, la canción de amor de Natalia por su patria chica y generosa.
Pero no olvidemos que Natalia Lafourcade es la maga que ha rescatado el Centro de Documentación del Son Jarocho de Jáltipan -un rizo cultural que confirma que la música es un bucle del tiempo-. Vuelto a levantar a fuerza de su pasión por el arte y su desprendimiento milagroso, Natalia se ha mantenido cercana siempre a esos artistas llenos de sentimiento e ingenio y que devienen desde el laberinto oculto de la tradición.
Por todo lo dicho, sería conveniente y necesario -indispensable diría- que así como la Legislatura estatal se ocupó de promover la Ley Nahle (mal llamada así porque nunca, nunca, pero nunca hubo la intención de reformar la ley para beneficiar a la ingeniera Rocío Nahle, una zacatecana que quiere ser Gobernadora del Estado), bien podría proponer que se modificara la Constitución y se le añadiera, por decir algo, que se considerarán naturales de Veracruz también:
“Las personas que tengan la voz más hermosa del mundo, que hayan ganado más de 15 trofeos Grammy, que hayan compuesto una canción soberana para celebrar a nuestra tierra, que apoyen y preserven como nadie nuestras tradiciones musicales, y que sean lindas como sólo ella sabe serlo.”
Seguro que la Suprema Corte de Justicia de la Nación no nos daría palo con una reforma así, por la justicia que implicaría y porque la celebrarían todos los veracruzanos de fuste, que son todos.
Saludos y gracias, Natalia, paisana.