Prosa aprisa
Muere el rey, ¡viva el rey! (o la reina)
Prosa aprisa
Arturo Reyes Isidoro
Aparte de que este miércoles se sabrá quién será el candidato o la candidata de Morena a la presidencia de la república, se dará otro hecho significativo.
Andrés Manuel López Obrador entregará el “bastón de mando” (lo que eso signifique) a quien su partido postule para que busque sucederlo.
El presidente ha referido que ese bastón de mando es el del “movimiento de transformación”, pero, igual, no ha explicado o detallado exactamente en qué consiste eso, cuál es su alcance.
En realidad, nada nuevo que no haya ocurrido antes en los gobiernos del PRI, aunque antes sin la formalidad de la que la está revistiendo ahora el de Macuspana.
A reserva de que este miércoles o mañana jueves desmenuce exactamente qué entrega, sin duda traspasará parte del poder político, que no el gobierno formal.
En los tiempos de hegemonía del PRI, lo que hoy AMLO llama “bastón de mando” implícitamente se traspasaba a quien sería el nuevo presidente (la oposición entonces, aunque existía, era débil y prácticamente no contaba) en el momento en el que se le proclamaba candidato.
Ese día la sede de la proclamación “Muerto el rey, ¡viva el rey!” se convertía en un verdadero pandemónium y se producía lo que se conoció como la “cargada” o la “bufalada”.
Todos querían estar al lado del ungido, tocarlo, estrecharle la mano, mostrarle una sonrisa, enviarle un saludo, que lo viera que estaba con él con la esperanza de que no lo dejara fuera del presupuesto, a la hora del reparto del hueso.
No había entonces miramiento alguno. Todos pasaban encima de todos sin respetar edades ni género. Se trataba de alcanzar la gloria con “el bueno”, buscando un lugar en su reino.
Todavía sobrevivimos algunos periodistas que, en el caso de los candidatos al gobierno del estado, fuimos testigos cómo era tan pesada la “bufalada” que hicieron añicos los gruesos cristales del Teatro del Estado, donde normalmente se daban las proclamaciones, para poder entrar.
Era todo un ritual del desorden para proclamar al nuevo rey, un ritual único que no se volvería a repetir sino hasta dentro de seis años.
Hoy, ¡ay Xóchitl, Xóchitl!, a la hora que se sepa quién es el “bueno” o la “buena”, seguramente habrá una minicargada de sus simpatizantes, pero será una minibufalada en comparación con aquellas de aquellos tiempos.
Si no hubiera aparecido Xóchitl, quien les ha quitado la seguridad de que ya tienen en automático de nuevo la presidencia; si no hubiera candidata de oposición competitiva, seguramente hoy veríamos una “cargada”, una “bufalada” decente, al viejo estilo del PRI. La va a haber, aunque en menor dimensión.
En aquella vieja práctica, el presidente, por voluntad propia pero también porque las circunstancias no le dejaban de otra, en automático pasaba al ostracismo. Se hacía a un lado para dejarle todos los reflectores a quien sería su sucesor.
Empezaba entonces, a la par de ir perdiendo poder y el poder, a nadar de muertito, a administrar sus últimos doce meses en el gobierno buscando salir librado lo mejor posible.
Lógicamente, hoy las circunstancias son distintas, cambiadas más por la irrupción de Xóchitl, y a la par que Andrés Manuel se dedicará a concluir sus obras señeras para tratar de entregarlas antes de que concluya su sexenio, se convertirá también en el jefe de la campaña presidencial de su partido.
López va a tratar de capitalizar su gran popularidad, más si resulta candidata Sheinbaum, quien indudablemente es menos en todo en comparación con Gálvez, la frentista. Incluso si el candidato resulta Marcelo.
Lo cierto es que López Obrador está ya a solo 12 meses de concluir su mandato, es un hombre enfermo y se enfrenta a un considerable número de mexicanos a los que ha ofendido y lastimado (que conforman poderosos sectores como los empresariales, industriales, patronales en general, religiosos, intelectuales, académicos, como también organizaciones de clase media, de los familiares de los desaparecidos, de los familiares de los niños con cáncer y un largo etcétera), y sin duda sufre el desgaste natural que provoca el ejercicio del poder y le urge que alguien lo ayude ya a cargar con la responsabilidad.
Morena, pues, ya tiene candidato o candidata (internamente deben conocer a quién favorecen las tendencias de las encuestas), aunque el nombre se hará público este miércoles, no se sabe si AMLO adelante el anuncio en su mañanera o se espere a la tarde en alguna reunión en Palacio Nacional o en algún otro lugar, o si la dirigencia de Morena se encarga de hacerlo.
Marcelo, la incógnita
Ayer hubo una fuerte tendencia a dar por hecho que la candidata será Claudia Sheinbaum, sea porque la favorezcan las encuestas o porque el presidente decida imponerla por encima de todo, como se ha venido creyendo que lo hará de todos modos.
Y la insistente pregunta que vi y escuché fue qué hará Marcelo Ebrard si eso sucede. Claro, mejor esperar el anuncio oficial. Nada como eso. Sin embargo, a punto de cerrar la columna, me llegó la información de una fuente del Palacio Nacional que daba por hecho el triunfo de Marcelo y que en Veracruz la candidata será Rocío Nahle.
Pero me atrevo a especular, por lo que escucho a ras de suelo o en la plaza pública o en parte de la militancia que simpatiza con él, que si gana la mujer, un buen número de los marcelistas no la va a apoyar, y se vaya o no Ebrard de Morena ellos sí se irán con Xóchitl, que puede resultar la gran ganadora.
Otra parte de simpatizantes de Ebrard no descarta que se adhiera a Movimiento Ciudadano. En cuestión de horas se despejará la incógnita.
De todos modos, a diferencia de cómo terminó el proceso selectivo en el Frente Amplio por México, en el que todos cerraron filas, en Morena se cree que quedará mucha inconformidad o desencanto que provocarán grietas y heridas de las que tardan en sanar.
Un hecho es que quedarán en la contienda tres opciones para que escojan los mexicanos: la de Morena, la del Frente y la de Movimiento Ciudadano, porque su líder Dante Delgado se sostiene en que irán solos.
Desde el lunes inició formalmente el proceso electoral federal
Dada la vorágine política que ha vivido el país con las “corcholatas” morenistas y los aspirantes del Frente, casi pasó desapercibido que el proceso electoral federal comenzó desde el pasado lunes 4 de septiembre.
Ello constituyó, en los hechos, la consumación de la derrota que sufrió el presidente López Obrador con su reforma electoral y luego con su Plan B de dicha reforma, en las que proponía que el proceso iniciara en la tercera semana de noviembre.
En diciembre deberá haber candidatos al gobierno del estado
Por lo que hace a la gubernatura, en el caso de la oposición en noviembre deberán formalizar el acuerdo si van o no unidos en un frente como en el nivel federal, ello sobre todo porque en el PAN es un acuerdo que debe ser aprobado por mayoría de consejeros estatales, que si se oponen, aunque la dirigencia estatal diga que sí, no se haría.
Aunque si la mayoría acordara que no, quedaría la última instancia para influir si es que se viera bien un frente estatal: la dirigencia nacional.
Otro detalle que deberán acordar en noviembre es si contienden con candidato o candidata, esto último sobre todo porque los panistas, que tienen mayor peso, no lo ven con malos ojos y porque en sus encuestas internas Paty Lobeira, alcaldesa de Veracruz, sale mejor posicionada ante el electorado que Rocío Nahle, la probable candidata de Morena.
Oficialmente, pues, el proceso federal ya inició y hoy quedarán definidas las dos más importantes opciones.