Mientras tanto en Europa – Columna desde Europa por Javier Pino
A continuación una poco ortodoxa, acaso blasfema, guía de viaje por Marruecos, salpicada con elocuencia empirica y detalles sórdidos que harán de esta mediocre columna de opinión un blanco de merecidas críticas. Mi estancia de poco menos de seis meses en dicho país fue, sin embargo, enriquecedora e inolvidable. El contenido de este texto es responsabilidad completa del autor.
La primera referencia para escapar de la vieja Europa a tiempo no llegó precisamente de mi amigo Alberto Beltrán, sino de un noruego sin nombre que conocí en la playa de la Albufereta a pocos días de la fecha límite en territorio Schengen, es decir, días antes de los noventa días permitidos sin visa alguna.
Me vine a a Alicante porque en las playas de Almería el viento te llena de arena los mejillones en escabeche, me decía entre risas el rubio noruego. Estaba bronceado a la andaluza y más borracho y más feliz que cualquier turista en aquella playa. No hace mucho que desembarqué en Algeciras desde Ceuta, y el ferri te cuesta menos de treinta euros. Y Marruecos te va a encantar.
Y no supe nada más de él.
Pensé en los caminos por seguir. Por supuesto tenia otras vías de escape, el Reino Unido al norte, o Croacia al este. Ésta última muy tentadora para iniciar mi aún desiderato peregrinaje balcánico.
Pero Alberto terminó por convencerme sin hacerlo de una manera muy simple. Tío, bájate a Marruecos, te harás amigo de todo mundo. Y es jodidamente barato.
Y la razón geográfica por la cual muchos españoles bajan, es decir, la cercanía, no me avisó para el cambio tan impresionante en todos los sentidos. Vamos que tenemos el desierto a un par de horas desde Murcia, pijo, pero estamos muy lejos de ahí.
Ahora bien, sin importarme tanto el caer en descripciónes simples y/o erráticas, y pasando de largo del post-moderno y reinante puritanismo de estos días, pasaremos al ejercicio de anotar tres míseros puntos a favor del Islam, el primero es la ausencia de clero (al menos en la rama sunita, la más grande), el segundo, no menos importante, es el no caer en la antropomorfización de la deidad suprema, esto quiere decir, Allah no es un viejo barbón estilo Zeus, y el tercero, la arquitectura. Dicho ejercicio es intencionadamente escaso, pues confío en la crítica para subrayarme en la cara las innumerables aportaciones, ya sea culinarias, musicales, científicas, etimologicas y demás de la religión en cuestión.
Entonces, volando desde Lisboa, y desembarcado del avión en Marrakech (El vuelo duró menos de dos horas), pasé de mis ínfulas de un moderno Rimbaud, a ser el más patético de los occidentales en un maravilloso país cuyo espectáculo de vida creó en mí un cambio radical en años venideros.
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