La legitimidad y la legalidad de nuestra democracia
A propósito de la disputa por erario público
Apuntes desde el suelo
Dr. Lenin Torres Antonio
La mayoría de los teóricos de la política apuntan a que la democracia es la forma más idónea para organizar la vida en sociedad de los seres humanos, así como definir el uso del poder público. Aunque aceptamos también que las leyes de la physis son diferentes al del nomo humano, esta separación permite distinguir la temporalidad y la ficción de las leyes humanas, que parten del acuerdo y del hecho de aceptar de forma común que son verdaderas y deben ser respetadas para posibilitar la vida en sociedad.
La democracia puede decirse que es la forma más idónea para tratar el asunto del poder público, su forma de legitimarlo, designarlo y legalizarlo a través de un “acto comunitario” que es el proceso electoral, donde el pueblo a través de su sufragio decide a quien y quienes lo representarán y obtendrán el mandato popular.
Dentro de las discusiones sobre la democracia, nos encontramos con una discusión que tiene que ver con la legitimación y la legalización de quien es electo por el sufragio popular, y preguntarse si es suficiente tener más votos que los contrarios para legitimar el poder público, o, si es necesario que debe haber un porcentaje cuando menos mayor al 50% del padrón electoral, y esto en muchos casos se ha resuelto con, “la segunda vuelta electoral, el ballotage o segunda vuelta, nace en Francia, el año de 1852, tras la instauración del Segundo Imperio (1852-1870) de Napoleón III. Posteriormente se aplicó durante la Tercera República (1870-1940) y reaparece hasta la Quinta República a través de la Constitución de 1958” (1).
México no ha querido implementar “el bollotage”, aunque los conflictos poselectorales podrían subsanarse con esta medida de la democracia, así vemos, que la mayoría de los presidentes han llegado a gobernar con menos del 50% del padrón electoral que actualmente lo componen 99,084,188 mexicanos con edad para votar.
Por ejemplo, el expresidente Felipe Calderón Hinojosa tuvo 15,000,284 votos, que representaban el 10.7% del padrón nominal de un lista de 71,730,868 de mexicanos y mexicanas con derecho a votar y ser votado, el expresidente Enrique tuvo 19,226,784 votos, que representaban el 16.2% del padrón nominal de un lista de 84,605,812 de mexicanos y mexicanas con derecho a votar y ser votado, así mismo, el presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo 30,113,483 votos, que representaban el 26.9% del padrón nominal de un lista de 89,332,031 de mexicanos y mexicanas con derecho a votar y ser votado, y la presidente electa Claudia Sheinbaum Pardo tuvo 35,923,669 votos, que representaban el 35.5% del padrón nominal de un lista de 99,084,188 de mexicanos y mexicanas con derecho a votar y ser votado, como vemos ninguno se ha acercado ni siquiera al 50% del padrón nominal del electorado en México, y esto nos lleva al tema de la legalidad y la legitimidad de nuestra democracia.
Legalmente los presidentes de México han llegado a gobernar con ese porcentaje que ni siquiera se acerca al 50% de la lista nominal del electorado mexicano porque así lo legaliza nuestro marco jurídico, pero la legitimidad demanda cuando menos ese 50% más 1, y hasta la fecha nuestra joven democracia no ha contemplado ese “bollotage”, y esto ha acarreado ingobernabilidad, y un largo proceso de legitimidad que cuando apenas lo logran, si es que lo hacen, se termina su mandato.
También es pertinente señalar que la participación ciudadana en el proceso electoral para elegir presidente de México nunca ha rebasado el 65%, cuando menos en las últimas 4 elecciones federales, 58.55% en el 2006, 63.10% en el 2012, 63.4% en el 2018, y 61.5% en el 2024, esto nos lleva a preguntarnos por qué los mexicanos y las mexicanas no ven obligatorio ir a ejercer su derecho al voto y por ende a elegir a sus representantes populares, y esto va en detrimento de pensar que hay una cultura cívica y política del mexicano, y que en mucho se debe por el estigma de que el político es una persona “mala”, “corrupta”, poco fiable, y cuando menos un 40% por lo general de los mexicanos deciden no votar.
La democracia en México, aparte de pensar en legitimar el poder político y público, debe trabajar en fomentar una cultura política, o cómo han hecho en algunos países volver obligatorio votar. No sobra decir que a veces la “letra entra con sangre”, y leyendo la metáfora quiere decir, que el mexicano debe saber que “no votar” trae consecuencias y es un deber de los ciudadanos corresponsabilizarnos de nuestros espacios públicos, construir nuestros marcos conceptuales para una mejor vida en sociedad, y como los griegos pensar que las leyes humanas debe ser vista de necesarias y fácticas como las leyes de la physis.
Pero no es suficiente ver a la democracia tan solo como la forma de legitimar a una persona en el poder público, ni tampoco, como la forma de legalizar esa asunción, sino cómo la democracia no ha podido garantizar la degeneración del poder público y que éste actúe contrario a los intereses generales de los ciudadanos. Hemos tenido democracia pero no hemos tenidos buenos gobiernos, y esto nos sitúa en un problema que es multifactorial, y que no tan sólo se debe atender desde el derecho, o la ciencia política, sino también desde la psicología y la filosofía, etc. Pues aunque se construyan andamiajes legales para garantizar la transparencia y evitar los actos de corrupción, sigue siendo muy atractivo y tentador dedicarse a la política y ejercerlo, y, como diría un comunicador que leí hace un buen tiempo, que lamento no recordar su nombre, “lo que se pone en juego y es atractivo al final de cuentas es el erario público, ejercerlo, administrarlo, tener el poder sobre el presupuesto público y poder, valga la redundancia, disponer de él, es el botín de la disputa política.
Consciente e inconsciente, antes de forma descarada los gobernantes disponían de ese erario para provecho personal, ahora, la “corrupción hormiga” los nuevos grupos de poder político los vemos en poco tiempo pasar de asalariados e incluso de desempleados a pequeños burgueses, que deambulan comprando en los centros comerciales exclusivos de la clase pudiente, y ejemplos hay muchísimos.
Hablar de una cultura política implica educarse en cuestiones de lo público y el papel fundamental que cada uno tiene en la construcción de nuestros espacios y formas de organizar la vida en sociedad para un mayor bienestar de los hombres, pero esto no pasa, seguimos en que las riquezas que genera un país están en manos de una élite económica, mediática y política, y así mismo ocurre a nivel mundial, la enfermedad del poder infecta a todos por igual, y hace que bajo mantos protectores de narrativas libertarias y revolucionarias el fin sea el mismo, por eso no hay comparación entre un PSOE y un PP, entre un Partido Demócrata y un Partido Repúblicano, entre un PRIAN y un MORENA, si el partido lo hacen los hombres, y si estos no cambian su mentalidad binaria, y se alimentan de una visión planetaria inclusiva, difícilmente el quehacer político servirá para el bien público, la política y el poder seguirán estando al servicio de las geometría de las pasiones y el narcisismo.
Junio de 2024.