
FIDEL HERRERA BELTRÁN: LA DECISIÓN
Zooociedad Anónima
En “El inicio”, conté cómo el joven Fidel Herrera se ganó la palabra en un mitin nacional con apenas 19 años, y el accidente al que sobrevivió. En “El constructor”, narré cómo tejió su ascenso legislativo con cuatro diputaciones, una oficialía mayor y una voz que nunca se rindió en tribuna. Esta entrega habla del punto de quiebre. Del momento que separa la vocación de la ambición. De lo que Fidel llamó simplemente: la decisión.
Una vez, frente a mí, el licenciado Fidel contó una anécdota que nunca olvidé. Dijo:
—Cuando regresé de Londres y me presenté ante el presidente del PRI, don Jesús Reyes Heroles, meses más tarde le pregunté:
“Señor presidente, ¿cómo se llega a ser gobernador de Veracruz?”
Don Jesús se acomodó los lentes y me respondió con calma:
—Esa pregunta no me la haga a mí, porque yo nunca he sido gobernador de Veracruz. Yo le voy a decir cómo no se llega a ser gobernador de Veracruz:
“No se llega supeditando todos los actos de su conducta a ese fin; desarrollando tareas anticipadas fuera de su responsabilidad inmediata, cuando ni siquiera es el tiempo ni la circunstancia. Y, sobre todo, no se llega supeditando todos los actos de su vida, su libertad, su familia, a un propósito de esa naturaleza.”
Fidel se quedó en silencio. Pero desde entonces —aseguró— entendió que cada encargo debía vivirse a fondo, con responsabilidad y sin distracciones. Que cada etapa debía ser un andamio, no un atajo. Ese fue el origen de su estrategia política: construir para servir, no para ascender a cualquier costo.
“Lo que tenga que venir, vendrá”, decía José Francisco Ruiz Massieu, a quien citaba continuamente.
Y Fidel lo creyó.
El escenario de la decisión
Rondaban los primeros días de la LVII Legislatura que inició el 1 de septiembre de 1997. La presidía Porfirio Muñoz Ledo; entre los vicepresidentes estaban Santiago Creel y Laura Itzel Castillo, y como secretario, el veracruzano Gonzalo Morgado Huesca. Nombres como Ricardo Monreal, Joel Ayala, Lenia Batres, Jesús Ortega, Bertha Hernandez, Juan Jose Castro Justo, Carlos Rodriguez, Marcelo Cervantes Huerta, Pablo Gómez y Carlos Medina Plascencia compartían tribuna en un Congreso que presagiaba cambios profundos.
Fidel Herrera, integrante de la misma, tejía acuerdos. Su nombre comenzaba a sonar para la candidatura al gobierno de Veracruz que se iría a las urnas en agosto de 1998.
Para enero de ese año, la “sana distancia” entre el PRI y la Presidencia empezaba a palidecer. Don Fidel Velázquez ya no estaba, y muchos aspiraban a ocupar su lugar como crítico lapidario. Desde Los Pinos, el presidente Zedillo enviaba señales a través de Esteban Moctezuma, recien nombrado presidente del Consejo Politico Nacional, mientras el país seguía sin respuestas claras tras el asesinato en Lomas Taurinas, y la salida de Lozano Gracia era un hecho.
En ese contexto, el periódico La Jornada publicó en enero del 98, la lista de “los competidores” para la gubernatura de Veracruz. Ahí estaban Miguel Alemán Velasco, Gustavo Carvajal, Dionisio Pérez Jácome, Eduardo Andrade, Miguel Ángel Yunes… y Fidel Herrera Beltrán.
La hora de los acuerdos
Ahí estaba ya el nombre del motivo de nuestras últimas entregas, en el lugar que él mismo se había propuesto, sin descuidar sus encargos en turno, como se lo aconsejó Reyes Heroles. Tenía la oportunidad de descartarse como muchos… o de continuar. Y decidió continuar. Ir a la mesa de negociación del CEN del PRI, y —como se ha estilado siempre con los partidos en el poder— a buscar la aprobación del primer priista del país, su especialidad.
Como cité en la columna anterior: Fidel era un constructor de acuerdos entre las diversidades.
Cuatro meses después de aquella publicación en La Jornada, una tarde de domingo, justo al terminar la transmisión del programa Acción, sonó el teléfono en casa de mis padres. Buscaban al maestro Reyes Márquez. Lo comuniqué de inmediato. Al colgar, nos dijo:
—El diputado Fidel Herrera quiere hablar conmigo.
Mi madre, que cosía un vestido para mi hermana a un lado del sillón, le dijo: seguro no es para hablar de beisbol, así que hay que irse preparando para otro proceso electoral, el penúltimo de nuevo, al tiempo que ambos soltaron la carcajada con más volumen que el televisor.
La oposición también se movía
El PRI había decidido: Miguel Alemán Velasco sería el candidato. Fidel, mientras tanto, presidía el Comité Directivo Estatal del partido. Le tocaba coordinar los esfuerzos para retener el poder que dejaba Patricio Chirinos.
Del otro lado, la oposición armaba su bloque. Dos refuerzos de lujo acababan de desertar del PRI: Dante Delgado y Morales Lechuga. Convergencia, la asociación política de Dante, había apoyado al PRD en las elecciones municipales de 1997, donde el tricolor fue derrotado en municipios clave como Xalapa, Tuxpan, Álamo, Espinal y Lerdo de Tejada. Según sus cuentas, ya gobernaban a 670 mil veracruzanos.
La reunión del 25 de abril de 1998 se realizó en la casa del entonces alcalde de Xalapa, Rafael Hernández Villalpando. Veintidós días después de su excarcelación, Dante propuso un esquema peculiar: él sería el candidato a gobernador y, si ganaba, cedería el poder a Ignacio Morales Lechuga dos años después. Frente a él, Arturo Hervis —líder estatal del PRD— lo escuchaba.
Dante fue claro: “Ninguna fuerza le gana sola al candidato priista.”
La contraestrategia de Fidel
Fidel, mientras tanto, operaba. Desde la Cámara de Diputados activó sus relaciones con figuras clave del PRD: Jesús Ortega, ya como secretario general del Sol Azteca, con Andrés Manuel como presidente nacional, y Ricardo Monreal, en plena campaña por Zacatecas. A través de ellos, y con perredistas veracruzanos inconformes por la imposición de Morales Lechuga, llegó al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Le contaron todo. La decisión fue contundente: el PRD no lo abanderaría.
Morales Lechuga terminó por aceptar una candidatura menor, por una alianza entre el PT y el PVEM.
Fidel no perdió el tiempo. Desde la presidencia del PRI estatal colocó operadores de confianza en puestos clave en el Comité estatal:
-Antonio Benítez Lucho en la Secretaría Particular.
-Francisco Mora Domínguez en la Secretaría de Organización.
-Ranulfo Márquez Hernández en la Secretaría de Elecciones.
-Atanacio Reyes Márquez como subsecretario de elecciones en la zona norte, de Gutiérrez Zamora a Pánuco, entre otros.
Una jugada de ajedrez. Atanacio era nativo de Poza Rica, como Morales Lechuga quien lo consideraba un asesor clave en materia electoral. Y había sido nombrado por la legislatura en turno presidente de la Comisión Estatal Electoral en 1988, cuando Dante era secretario de Gobierno y estaba en juego la gubernatura interina. No por nada, Ramiro Novelo Berrón (QEPD), experto electoral de Convergencia, lo llamaba “maestro” en público y en privado.
La exclusión y el nuevo camino
Miguel Alemán ganó. Rindió protesta en el estadio xalapeño. Y ocurrió lo impensable: Fidel —tras coordinar la campaña y presidir el PRI estatal— no fue llamado al nuevo gobierno. Ningún cargo. Ninguna oficina. Ni para el, ni para los suyos.
Lo tomó con calma. Ya había tomado la decisión: iniciar, de inmediato, su precandidatura a la gubernatura de 2004. La antesala: el Senado en el año 2000.
El Tío Fide
Bautizado así por Rafael Hernández Ochoa, el “Tío Fide” destacaba entre todos los aspirantes. Conocía la historia y la geografía veracruzana de memoria. Resolvía conflictos, entendía la economía estatal. Caminar junto a él por Veracruz era una clase de cultura, política, sencillez y humildad.
Las charlas de café con Rafael Arias, Paco Rergis, Fallo Cuenca, Mario Tejeda, Sergio Flores, “el Negro” Cruz, Chopo Pérez y otros tantos que escapan a mi memoria, eran otra forma de aprender… y de reír. Porque si te dormías, te aplicaba la famosa bolsa del payaso. Quienes lo conocieron, saben de qué hablo.
En ese diciembre todos tomamos una decisión: él y quienes lo seguimos. Algunos que ya lo acompañan en su merecido descanso, como su señora esposa. Otros vamos para allá… ojalá no sea tan pronto.
Esta historia continuará, no sin antes agradecer a quienes me publican, y por cierto, yo solo hablo de lo que viví y de lo que me consta, si tienen otra versión espero leerla o escucharla, y si a alguien ofendo con mis relatos, les extiendo mis sentidas disculpas parafraseando a un amigo de Catemaco “si los pisé, fue bailando”.
PD. Vamos bien. Y viene lo mejor.