BARRA LIBRE.
Alfredo Quezada Hernández.
SE LE ACABÓ EL PODER A AMLO.
El tabasqueño observa con tristeza su ocaso.
Aun cuando vio coronado su capricho el dejar el poder es algo que lo inquieta, lo mueve.
Claro que sí.
Se le acabó el protagonismo, se le fundieron las luminarias y en consecuencia se esfumarán los amigos.
El López de Macuspana deja de ser, el primero de Octubre, el Presidente de los mexicanos, de esos treinta millones de compatriotas que creyeron en él, en sus mentiras y en sus peroratas.
El dueño de «La Chingada», es un viejo lobo en cuestiones del arte de hacer política, un personaje que aprendió, y muy bien, a caminar en los drenajes de la corrupción, de eso no hay duda.
Y se va sesenta días antes, ya que una ley aprobada antes de su llegada al poder así lo indica.
El primero de octubre ya no habrá mañanera, ya habremos de descansar de ese show, de ese acto circense, donde un sólo payaso es el protagonista.
En esa fecha el López de palacio nacional ya no tendrá la banda presidencial en sus manos, ya no la podrá acariciar.
Como también vivirá en carne propia, ya sin poder, el desprecio de millones de mexicanos, en sus ratos de reflexión verá con tristeza que no cumplió sus promesas de campaña, tendrá que aceptar que no sacó a millones de mexicanos de la pobreza como lo prometió en campaña
De igual forma su conciencia le dirá que no logró la seguridad prometida, al contrario, la violencia lo rebasó fácilmente.
La actuación de sus hijos deja mucho que desear, sobre todo en esas obras sociales tan cuestionadas como son el Tren Maya y el nuevo, e ineficaz, aeropuerto. Felipe Ángeles.
Tendrá que reconocer que dejó en el olvido sectores tan prioritarios como el campesino, esa parte de suma importancia para cualquier país, para cualquier presidente que presuma ser inteligente.
Su soberbia lo perdió, esa altivez presidencial lo llevó a menospreciar a sus adversarios políticos, pensó que tenía derecho a ofender, a humillar, a imponer su ley.
Así de sencillo.
Ahora, a escasos meses de dejar palacio nacional, ve con tristeza que su candidata no levanta, no despierta el interés del electorado mexicano, pero va a ganar, eso es indudable.
El aparato oficial ya está más que preparado para llevarla al triunfo, para convertirla en la primera presidenta de México.
Millones de mexicanos ansiosamente esperan celebrar el fin de su mandato, ven con sobrada alegría la conclusión de tan cuestionado gobierno, pero sobre todo colmado de incongruencias y de podredumbre.
«La Chingada» lo espera, esa parcela está preparada para verlo llorar y masticar su fracaso.
Por lo mientras, el dos de junio, aunque no lo quiera, sí le quita el sueño, es algo que le preocupa y más teniendo como aliados a personajes como el hijo de Atanasio.
Provecho.