MÉXICO: EL PAIS QUE LLORÁ A SUS HIJOS PERO CANTA A SUS ASESINOS…

Nacional
Tomado del Facebook de Oscar Salado
En la Feria del Caballo Texcoco 2025, no sólo se rompieron guitarras y bocinas; se desnudó, una vez más, la herida abierta de un país que idolatra al verdugo y convierte al criminal en ídolo de altar.
Luis R. Conriquez, uno de los intérpretes más conocidos de los llamados “corridos bélicos”, decidió, valiente o estratégicamente, dejar de cantarlos.
Y el público no se lo perdonó: lo castigaron como si hubiese traicionado una religión.
Los asistentes no fueron a escuchar música: fueron a venerar al crimen organizado, exigieron con violencia el rezo que conocen de memoria: canciones que glorifican fusiles, jefes de plaza, “levantones”, secuestros, asesinatos, cobro de piso, exigieron que se les devolviera su mitología moderna, esa donde el bien es malo y el malo es bueno, poderoso y respetado.
El “¡corridos, corridos!” que coreaban como mantra era más que una petición: era una súplica para que su demente fantasía volviera a envolverlos.
¿Qué clase de sociedad reacciona con furia porque no le cantaron a la muerte?
La respuesta es incómoda: una sociedad que ha aprendido a normalizar y admirar al criminal en un país donde ser honesto es una condena a la pobreza, el narco aparece como la única figura de «poder» visible, cercana, temida y respetada, aunque sea la más excretable, y los narcocorridos son su propaganda, su evangelio.
La culpa no es del artista, ni del promotor, ni siquiera del joven que arroja una silla al escenario en su frustración: la culpa es de todos. Porque permitimos que el crimen se convirtiera en aspiración, porque fallamos como sociedad al dejar que generaciones enteras crezcan creyendo que tener un cuerno de chivo y un carro de lujo es más digno que tener una carrera universitaria. Porque mientras un médico gana 20 mil pesos al mes, un sicario gana lo doble en una semana. Y eso se canta… Y eso se baila.
Hay quienes dirán que los corridos son cultura. Y es cierto: son cultura de muerte., cultura de impunidad, cultura de “mejor ser deleznable que ser pobre”.
Y cuando un artista decide dejar de alimentar ese monstruo, el monstruo ruge, exige, rompe y devora.
Luis R. Conriquez decidió decir “ya no”. Y por eso lo lincharon simbólicamente. Como si fuera un traidor, como si atentar contra la música que glorifica al asesino fuera un crimen más grave que los miles de homicidios que esa música normaliza.
México tendra que elegir: o sigue cantando balas y llorando muertos, o empieza, aunque sea a susurros, a cantar algo distinto.
Pero mientras las canciones del narco sigan sonando más fuerte que las voces de las madres buscando a sus hijos desaparecidos, este país no tendrá redención: Sólo aplausos para el verdugo y balas para el que se atreve a callarlo.
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