Noche de bruma en Xalapa
Juan Armenta López
Llegamos a Xalapa. Era de noche. Serían como las diez. Veníamos “descuajaringados” de viajar todo el día. El camión “totolero” paraba en cada pueblo y en cada ranchería. Se metía el camión a ese apartado lugar llamado “El Tajo”, allá por donde está el pueblo de Tinajitas y las aguas termales. Salía el camión del otro lado por Palmas de Abajo, tierra de José Luis Melgarejo Vivanco, aquel gran antropólogo e historiador. Solo había un camión de pasajeros llamado “El Teziuteco”. La carretera costera todavía era un sueño por realizar. “Pirincho” era el conductor, todos lo conocíamos. En el viaje traíamos la cara llena de lodo, producto del sudor y la nube de polvo que volaba del piso de la carretera. Empanizados llegamos a Rinconada. Alegres se subieron las señoras vendedoras de garnachas y huevos hervidos. Y fue mejor hacernos los dormidos para mitigar el hambre y no gastar lo que después nos haría falta. Arrancó el camión, y a pocos metros se volvió a parar para que transitara su “majestad”: el tren. Veníamos entusiasmados a buscar trabajo y a proseguir estudios. La fama cultural de la ciudad de Xalapa siempre fue fascinante. Pero también veníamos huyendo del trabajo pesado del campo, de arrear vacas, de espantar culebras y de la ordeña. Y por supuesto huir de la pobreza y del aislamiento. Pero tal pareciera que Xalapa se resistía a nuestra presencia. La ciudad nos tendió “intencionalmente” una cortina de bruma para que nos regresáramos de inmediato al rancho. Pero la bruma no contaba con que nosotros éramos necios, muy necios, quizás estúpidos, pero necios. Y esa noche llegamos a la terminal de los autobuses: La Rotonda. Y cuando empezamos a caminar con las maletas, llámese así a los cartones de jabón “Julieta” amarrados con mecate, el frío se recrudeció lastimosamente. Y las piernas se nos “engarrotaron”, y la cara se nos enjutó. Tengo las “patas” heladas, dijo Marco Antonio. Y eso que apenas habíamos avanzado tres cuadras. Mejor nos hubiéramos ido al Puerto de Veracruz, aquí hace mucho frío, dijo Mauricio. Cuando “Tano” nos dijo que en Xalapa hacía mucho frío, se quedó corto con la definición. La bruma estaba muy cerrada. Los focos de las calles titilaban y apenas se distinguía su luz. Y el viento, como amigo inseparable de la bruma, le ayudaba para golpearnos con fuerza ese cuerpo que venía de zona costeña. Las piedras de las banquetas estaban resbalosas por la humedad. Las calles tenían una dificultad más, eran inclinadas. Además nosotros traíamos botines con suelas de cuero, y el caminar se convirtió en una jabonera. Así es que dejamos que “voluntariamente” las piedras acariciaran la parte trasera de nuestros cuerpos en cada caída. Las calles estaban vacías, uno que otro parroquiano desafiaba al temporal. En el Xalapa de ese entonces la gente se acostaba temprano, que aburrido. Toño ,“El Morro”, nos decía, cuando estábamos en el pueblo, que Xalapa tenía una bruma tan cerrada y tan gruesa que había
que quitarla a patadas y a puñetazos. Claro, era un sarcasmo lo que decía Toño, pero estábamos a punto de creerle. Y pues, cooperando nos fuimos a rentar un cuarto al Hotel Agrario, hoy Hotel California. El hotel estaba en la plazuela en donde se ubicaba también la “Tintorería Maya”, donde hoy es la plaza Manuel Maples Arce, al iniciar las calles de Alfáro y González Ortega. Los cuatro nos acomodamos como pudimos en esas camas de resortes salidos y de muelleo clamoroso. A medida en que maduraba la noche, el frío y la bruma invadían las calles y las casas de Xalapa. Las cobijas estaban pegajosas por la humedad, como si les hubiesen echado jugo de naranja. Y pues a temblar toda la noche. Parecía que estábamos durmiendo en la banqueta. A las seis de la mañana nos levantamos para ir al hospital Gastón Melo a que nos sacaran la sangre y otros estudios para el certificado médico. Sin ese documento era imposible anotarse en una escuela. La bruma nos acompañaba, ya era parte del paisaje urbano. Como veníamos de un pueblo chico, de quince casas, la ciudad monumental nos espantaba. Mi amigo Carlos nos dijo que se orinó en los pantalones cuando la altanera y agresiva enfermera le puso un tirante de hule en el brazo para esponjarle la vena y sacarle la sangre. También vimos cómo varios jóvenes se desmayaron por la impresión. Estos muchachos debieron ser de un rancho más chico que el nuestro, quizás de diez casas, porque nosotros solo nos orinamos en los pantalones, no nos desmayamos. Solo quien viene de fuera puede hablar y sentir lo que es la presión imponente de la gran ciudad. Y en tres días estábamos ya inscritos en la Escuela Nocturna para Trabajadores. Al poco tiempo yo encontré trabajo en la granja “La Paz” de don Manuel Piñero. Marco Antonio se fue a la “Casa de Madera”, ubicada en Juárez y Betancourt, a embobinar motores con don Miguel Matus. Mauricio encontró trabajo en la dulcería “La Campana”, en Poeta Jesús Díaz, con don Juan Morales. Y empezamos a levantarnos temprano como muchos “indocumentados” que hemos llegado aquí a quedarnos para siempre disfrutando de la belleza de esta noble tierra. Xalapa es tierra de poetas/Que le cantan a la luna/Que difunden su cantar/Con el paso de la bruma. Gracias Zazil. Doy fe.