La niebla en la vieja Xalapa
Juan Armenta López
Erguida, orgullosa y valiente, peleaba la niebla por guardar su espacio contra el violento influjo del aire que quería empujarla por senderos impredecibles. Lucha tenaz sin duda entre dos hermanos, hijos de la naturaleza creadora. En momentos amainaba la fuerza del aire, y la niebla recuperaba su color y su textura mostrándose impenetrable y densa. A ratos, el aire surcaba el cielo sin tener un rumbo definido, y golpeaba brutalmente a la niebla obligándola a descender hasta los huecos de las piedras de las callejuelas que gustosas abrían sus brazos pétreos para recibir la suave caricia de la humedad, como si con ello las piedras protegieran en sus entrañas a la virginal blancura de la niebla. Al fondo, hasta allá, el sol, molesto, apagado y enrarecido, intensificaba sus rayos mercuriales como queriendo poner orden en esa lucha desigual. Pero la niebla y el aire, respondones, no admitían la intervención de un extraño en la hermandad de una sólida relación postrada en el tiempo eterno. Ambos, habrían sido creados para tocarse sin llegar a lastimarse, esa era una sentencia natural. ¿Cómo podría viajar la niebla por el pentagrama del cielo, de no tener el impulso de la fuerza del viento? Había así, una dependencia del viento y la niebla como dos enamorados que no podrían vivir el uno sin el otro. Este era el marco de la vieja Xalapa, sin ruidos, sin prisas. Dedicada Xalapa a la cultura, a la poesía, a la música, a la creación, a la libertad espiritual, a vivir y amar, a la entrega absoluta sin condiciones. Xalapa la vieja se levantó entre su núcleo de cuatro barrios, entre tejas y cenefas del caserío, entre la batuta incomparable de Juan Lomán, entre la noche de luna en Xalapa, entre la casa de los leones, entre la hoz y el martillo de la pirámide del Cerro Macuiltépetl, entre las tablas del cine Victoria, entre los sobrevivientes muros del Convento Francsicano levantado allá por el año de 1530, entre la estridencia de Manuel Maples Arce, entre la fuerte pisada de lascas de Díaz Mirón, entre los bailes de la prepa y del Centro Recreativo, entre la niebla espesa y una lánguida mirada, entre callejones que como estrías desgarraban cariñosamente la piel de la ciudad, entre lo vivido y lo soñado Xalapa vive. Xalapa la vieja: alegría de ayer y añoranza de hoy. Gracias Zazil. Doy fe.