El Manto

CULTURA

Juan Noel Armenta López

Cayó la noche. Calló la noche. Personas del pueblo empezaron a llegar a la casa. Los hombres quitaban el sombrero y agachaban la cabeza en señal de respeto. Había murmullos de voces en toda la casa. Las mujeres vestían de negro. Pañoletas cubrían la cabeza y parte del rostro de las mujeres. Había muerto la abuela. Había muerto quien enseñaba a los niños a leer y escribir con el silabario y el catecismo. Había muerto quien curaba a los enfermos con milagrosas hierbas. Había muerto quien curó a Chano Reyes el día que se “voló” dos dedos del pie cuando le chifloneó el hacha cortando un leño. Había muerto quien daba fuerzas para enfrentar las adversidades del campo. Había muerto quien durante años llevaba el rosario con el pueblo. Estaba muerta aquella señora que devolvía la vida a mordidos de nahuyaca con la bebida de “guaco” que ella misma preparaba. Ahí estaba tendida quien aconsejaba a los pobladores no maltratar a la familia. Solo hay algo que en la vida no he podido soportar: ver llorar un niño, decía. Ahí estaba la abuela tendida en un catre de tijera y yute tapada con una manta que le cubría el cuerpo de cara a pies. Fortina empezó a repartir el café negro velorio. Chole daba cigarros Alas Azules a los hombres. Los niños daban vasos de rompope. Entrada la noche, dieron tamales de naco, bolillos, chilatole de gallina con epazote y orejas de masa, así como atole de mora y de capulín. En las bancas de afuera, sentados a horcajadas, algunos hombres jugaban brisca y conquián con la baraja española. En la madrugada, las personas hicieron fila, y uno a uno, fueron pasando y persignándose ante la abuela muerta. La abuela siempre fue gordita, aunque ella decía “rellenita”. La abuela nunca se espantó ni cuando pegó aquel ciclón que se llevó casas, árboles y personas, con los chorros de agua que se hicieron ríos. Como el ciclón fue tan largo, la comida empezó a escasear. Para hacer la lumbre, la abuela usó los “caballos” de palo que teníamos en el cobertizo. La abuela no quiso matar los “caballos” de palo. Nos tocó a nosotros llorar y matarlos. Todo sacrificio los llevará a la cima de la montaña, dijo. Apareció el sol, se fue la noche soñolienta. La lámpara de capuchón fue apagando su luz blanquiazul. La abuela seguía muerta, o tal vez ya se había ido. La ausencia trajo al dolor. Y al no regresar la abuela, con el tiempo vino la aceptación de su partida. Gracias Zazil. Doy fe.

Please follow and like us: