Sin tacto

ESTATAL, OPINION

 

 

La Casa Blanca y el Palacio /1

 

Por Sergio González Levet

 

Como siempre, Elsy, todo mi amor en tu magnífico día.

 

En México, los gobiernos de la Cuarta Transformación dicen que ejercen la austeridad como una política pública, y hacen muchos gastos realmente onerosos; en Estados Unidos, el presupuesto se maneja de acuerdo con las necesidades reales del ejercicio gubernamental, y se ejerce con índices discrecionales muy ajustados, para mantener la racionalidad en el gasto.

Las residencias en las que habitan los titulares del Ejecutivo en ambos países demuestran claramente las afirmaciones del párrafo anterior.

Empezaré por lo menos obvio, que es la manera en que viven los presidentes gringos y sus familias en la famosa Casa Blanca. Todo haría indicar que el país más rico y poderoso del mundo asentaría entre el lujo y la fragancia a sus gobernantes, pero la residencia de Washington DC viene siendo modesta en relación con la preeminencia de los Estados Unidos. No es el palacio de un jeque árabe ni de un raja hindú, y menos se acerca a las mansiones de los hombres más ricos del planeta o de los artistas famosos de Hollywood.

Sí es un edificio bello y atildado, pero se mantiene dentro del decoro republicano de los forjadores de la patria yanqui: nada de albercas de muchos metros ni de cines en su interior, pero tiene en cambio una impresionante colección de arte colgada en sus paredes, y una enorme inversión en seguridad para el comandante supremo de las fuerzas armadas norteamericanas.

Pero miren nomás esto: en la Casa hay una impresionante cocina gobernada por chefs de varias estrellas que preparan platillos de todo el mundo (dicen que las enchiladas verdes, aunque poco picosas, son una delicia). El Presidente en turno y su familia comen casi todos los días en la mansión, pero los consumos se pagan con el sueldo del Presidente, que es de 400 mil dólares al año, menos impuestos, y queda en 250 mil dólares, unos 5 millones de pesos, poco más de 416 mil pesos mensuales.

Hay otra, la mudanza de sus enseres domésticos que pronto hará Donald Trump la tendrá que contratar él mismo y pagarla de su bolsillo como han hecho siempre los presidentes. Igual sucede con la ropa personal de cada uno de los integrantes de la familia.

Las fiestas y recepciones oficiales son sufragadas con un presupuesto especial de 19 mil dólares, y en ese caso el erario le regala el smoking al señor y el vestido a la Primera Dama.

En cualquiera de los dos jets Air Force One con que cuenta el Presidente (eso de “un jet que ni Obama tiene” no resultó más que un chiste ridículo), los viajantes deben pagar sus consumos de bebidas y alimentos.

Los gastos del Presidente de los EEUU son revisados cuidadosamente y se auditan constantemente, tanto en su autorización como en su costo. La idea de los gringos es transparentar el gasto presidencial de manera que no quepa ninguna duda de que está estrictamente adecuado a la normatividad y que garantice la honestidad del Ejecutivo. Creen, como los romanos, que el jefe de las instituciones, además de ser honesto debe parecer honesto.

Mañana me encargaré de los gastos en el Palacio Nacional…

 

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