Sin tacto

OPINION

 

 

Un vecino precavido

 

Por Sergio González Levet

 

Las calles de Veracruz, de México, se han transformado desde hace algunos años en verdaderas zonas de peligro, debido a la impunidad con que actúa la delincuencia en todos los rincones de este hermoso país.

Decir que apenas 10 de cada cien delitos son denunciados y que solamente siete llegan a integrarse en una investigación ministerial, es revelar que los mexicanos vivimos en una constante zozobra porque somos presa fácil de los ladrones, de los acosadores, de los secuestradores, de los asesinos.

Salen a la calle los modernos Ulises joycianos, los ciudadanos, con el Jesús en la boca y con el temor de que quizá no regresen con vida o lo hagan con el patrimonio afectado por los amantes de lo ajeno. Salen con miedo en particular las ciudadanas, que padecen encima el acoso de enfermos disfrazados de machismo que las acosan, las violentan, la violan y las matan. Son diez niñas, muchachas, señoras, viejitas, las que mueren cada día por razón de su sexo y de su condición.

En nuestra querida tierra veracruzana la situación es insoportable, porque junto a la violencia de los criminales muchos civiles son afrentados por la intimidación de las autoridades, que permiten o promueven la impunidad de sus policías, de sus agentes del orden, que viven una vida desordenada y malvada.

Un lector me cuenta que hace unos días, gracias a su sagacidad, logró evitar que lo asaltara un par de malvivientes. Le dejo la voz:

—Le cuento, amigo Levet, que hace unos días tuve un incidente en el andador que hay en la colonia en donde tiene usted su casa. Salí a caminar aproximadamente a las 11 de la mañana. A esa hora las calles de la zona están vacías porque los señores están en sus casas lavando trastes y haciendo el quehacer, y las señoras gozan en el café, platicando con sus amigas.

—Iba caminando por la pista que corre junto a una calle que da a la avenida principal de la colonia, y me di cuenta de que, a unos cien metros, en la esquina, estaban dos tipos en una motocicleta. Pude advertir que me veían, que platicaban entre ellos y que me estaban midiendo. A continuación, uno se bajó de la moto y el otro se dirigió hacia mí.

—Yo percibí el movimiento sospechoso, entendí que me iban a asaltar y que el motorizado pretendía acercarse por atrás para impedirme que huyera.

—No sé cómo pensé y actúe tan rápido, pero atiné a acercarme a la puerta de la casa por la que iba pasando, e hice el movimiento de tocar el timbre.

—Al pensar que yo iba a entrar a la casa, el tipo se desconcertó, probablemente se espantó y dio vuelta de inmediato a su vehículo. Yo me quedé en el dintel observando a los tipos, quienes permanecieron unos momentos, hasta que terminaron por irse.

La capacidad de observación de nuestro narrador le sirvió para evitar que lo asaltaran, afortunadamente, pero la autoridad nada hizo en este caso y nada hace en la mayoría para evitar que los delincuentes hagan su ingrata labor.

Por eso no imagino cómo 2 millones de paisanos votaron para que siguieran igual las cosas.

 

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