Prosa aprisa
Prosa aprisa
Arturo Reyes Isidoro
Con todo y lo que se le pueda (o se le puede) cuestionar, el diputado Juan Javier Gómez Cazarín parece decidido a apoyar, cumpliendo con el trabajo que le corresponde, a su amigo el gobernador Cuitláhuac García Jiménez.
A cuatro meses (en julio próximo) de la primera encuesta interna de su partido para seleccionar candidato a la gubernatura, y a ocho de la tercera que será la decisiva, todos debieran ayudar a empezar a poner en orden las cosas, a limpiar la casa por dentro.
Sin embargo, no todos lo hacen, como el caso concreto de quien más obligación tiene de poner el ejemplo, el secretario de Gobierno Eric Cisneros, como segundo de a bordo, aunque por ahora él no es el motivo de este comentario.
Creo que los diputados de Morena, que conforman la bancada de mayoría en el Congreso local, no se dan (o no se quieren dar) cuenta de que el tiempo en el poder se les acaba; creo que creen que no se les va a acabar; creo que ni se imaginan que tarde o temprano el que llegue les va a pedir cuentas.
Pero hay responsables, los que pueden terminar pagando por todos, o caso contrario hasta pueden ser reconocidos porque hayan hecho bien las cosas, si las hacen bien (el director del blog bienpensado.com, David Gómez, especialista en ventas, afirma que: “Una negativa primera impresión predispone y hace mucho más crítico al cliente de lo que está por venir. En contraste, la última impresión tiene el poder de mejorar la percepción de servicio, aún si durante el proceso hubo inconvenientes”).
Parece que Juan Javier es de los pocos que se da cuenta, puede que por el olfato político que se supone que ha adquirido, o porque escucha a sus asesores, que está o en riesgo o ante una gran oportunidad, según actúe o no, de enfrentar el futuro político de la mejor forma y salir y seguir adelante en su carrera política.
El pasado 7 de marzo dio un golpe de autoridad al acabar, mediante una iniciativa que presentó y fue aprobada, con el vagabundeo de los diputados de su partido, algunos verdaderos zánganos, convertidos solo en vividores del erario y de quienes no se sabe que hayan hecho algo bueno, positivo, por sus representados, los que les dieron sus votos y los llevaron a una curul.
Resulta que algunos de esta bola de parásitos con fuero, haciéndose el tío Lolo a propósito, seguían colgados del pretexto de la pandemia de Covid-19 para no presentarse a trabajar (es un decir), a las sesiones, y lo hacían a distancia vía zoom, seguramente desde su cama o desde algún café, un restaurante, algún hotel, una playa o incluso algún bar alguna cantina.
Pero eso sí, prestos, estos dizque “esperanza de México”, mensualmente se la han pasado cobrando sus 58 mil 123 pesos “oficiales” más dos compensaciones, una por 40 mil y otra por 45 mil pesotes, a lo que habría que sumarle lo que les producen sus negocios que hacen al amparo del poder, que algunos es a lo que realmente se dedican y seguramente por eso no se querían presentar a “trabajar”.
Con la reforma que propuso Gómez Cazarín a la Ley Orgánica y al Reglamento para el Gobierno Interior de la Legislatura, y que se aprobó, se obliga ahora a los diputados “sin distingos, para que asistan a las sesiones a debatir (ji ji) y ejercer su voto (alzar el dedo, al menos eso) respecto de los asuntos que son del conocimiento del Congreso del Estado”.
El ”diputade” Gonzalo Durán Chincoya, el más remolón
El 11 de diciembre del año pasado, el reportero José Topete publicó una nota con el encabezado: “Al ‘diputade’ de Veracruz ya le gustó trabajar desde lejos” en la que daba cuenta que Gonzalo Durán Chincoya, de Morena, no había asistido a ninguna sesión desde el 10 de noviembre y que de seis sesiones ordinarias cinco las había atendido vía remota, pero que tampoco había asistido a una extraordinaria (alcalorpolitico.com).
Informaba, además, que en una a la que no había asistido se había dedicado a compartir una comparecencia de Rocío Nahle ante el senado, o sea que además está haciendo uso indebido de recursos públicos, desviándolos para otra función ajena a su representación.
Pero hubo otros faltistas, diputados a control remoto (aunque no a todas las sesiones): Ramón Díaz Ávila y José Luis Tehuintle Xocua, del PT; Othón Hernández Candanedo, Verónica Pulido Herrera, Itzel Yescas Valdivia y Bingen Rementería Molina, del PAN; Citlali Medellín Careaga, del PVEM; Marlon Ramírez Marín, del PRI, y Marco Antonio Martínez Amador, Luis Fernando Cervantes Cruz, Rosalinda Galindo Silva, Roberto Francisco San Román Solana, Adriana Esther Martínez Sánchez, Cecilia Josefina Guevara Guembe y Eusebia Cortés Pérez, todos estos últimos, de Morena.
Las sesiones a distancia fueron aprobadas el 2 de mayo de 2020 cuando cobró intensidad la pandemia, pero a partir del 1 de agosto de 2021 los empleados al servicio del Estado empezaron a regresar a su trabajo en modo presencial, con autorización de la Secretaría de la Función Pública.
No había, pues, ningún pretexto para que estos lastres llamados diputados no se presentaran a medio desquitar todo el dinero que se llevan sin merecerlo, y de ahí la importancia de que el líder de su bancada y presidente de la Junta de Coordinación Política, Juan Javier Gómez Cazarín, los haya metido al orden.
Aunque creo que en el palacio de gobierno no tienen la menor idea de lo que se trata, porque para ellos será algo inédito, viene la etapa más difícil del sexenio del gobierno cuitlahuista: la de la conclusión y salida, y deberá agarrarlos lo más bien parados posible si no quieren vivir días muy tormentosos. En su parcela, por lo que se acaba de ver, el de Hueyapan de Ocampo ya está haciendo lo suyo para tratar si no de evitarlo al menos paliarlo.
Las preguntas son: ¿y dónde ha estado el dirigente estatal de Morena, Esteban Ramírez Zepeta, que nunca llamó a sus diputados a que dejaran la hamaca y se presentaran, al menos, a hacer como que hacen? ¿Y dónde, el secretario de Gobierno, que (se supone) tiene el verdadero control político como segundo de a bordo en el gobierno?