Sin tacto

OPINION

Yasmín y el niño de los azotes

Por Sergio González Levet

Mark Twain en su libro El príncipe y el mendigo relata cómo los tutores que debían educar al niño que sería rey se valían de otro infante para que recibiera los azotes que correspondían al soberano.
El príncipe no podía ser tocado por la mano de un vasallo suyo, pero debía recibir un castigo físico como la mejor manera de ser formado, que es una costumbre insana y condenable con que antes los mayores educaban a los niños; una costumbre que tal vez deberíamos retomar ante los resultados que estamos padeciendo con la instrucción laxa y permisible que ahora tenemos en las casas y las escuelas.
Pero lo cierto es que los “niños de los azotes” (como eran conocidos universalmente) existieron no solamente en la divertida novela del autor norteamericano, sino que fueron parte de una costumbre que se siguió sobre todo en las cortes europeas del segundo milenio, aunque también existieron en la china imperial y durante la época esclavista de los Estados Unidos. Asombrosa y
lastimosamente, aún persisten en regiones de Mauritania, un país árabe en el que hasta 1980 la esclavitud era permitida, y aún persiste embozada en las regiones apartadas.
Eduardo VI de Inglaterra (1537–1553) tenía un amigo llamado Barnaby Fitzpatrick, al que se refiere Thomas Fuller en su Historia de la Iglesia de Gran Bretaña como el «proxy for correction» (representador de la corrección) del que sería soberano.
Luis XV de Francia (1710–1774) tuvo como niño de los azotes al hijo de un zapatero de Versalles apodado hussard (húsar) por el disfraz que llevaba. Marie, marquesa de Deffand escribió en 1769 que este niño era castigado en lugar del rey. Esa es la razón por la que los franceses usan coloquialmente la palabra “hussard” como sinónimo para la víctima de un acosador.
Ha habido una gran polémica sobre esa costumbre como una forma de educación para los niños reyes, y no faltan autores que niegan su existencia, como John Gough Nichols que en 1857 afirmaba: “Todo el asunto es algo fantasioso”.
Respecto a este método, otros opinaban que funcionaba muy bien, como John Donne en 1628: “A veces, cuando los hijos de grandes personajes ofenden en la escuela, otra persona es azotada por ellos, y eso los afecta, y funciona de buena manera; pero si esa persona tomara la medicina por ellos en una enfermedad, no les haría ningún bien”.
Así que eso de poner a una persona para que reciba el castigo de otra no es una costumbre nueva, y para nada fue inventada por los representantes de la Cuarta Transformación en el caso de la magistrada Yasmín Esquivel Mossa, quien hasta ahora ha conseguido que el castigo por su delito de plagio lo reciba su tutora de tesis, la asesora experta en titulaciones a modo Martha Rodríguez Ortiz, a quien la UNAM está por imponer un castigo ejemplar.
Y la Yasmín, tan contenta en su cargo de la Corte.

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