Sin tacto
Desempleado
Por Sergio González Levet
Pascual cumple hoy tres años desde el día aquel que cobró su última quincena en la dependencia gubernamental para la que había trabajado por casi 20 años.
Era un empleado ejemplar: responsable, cumplido, honesto y capaz. Pero eso no le sirvió de nada pues apenas llegó el nuevo gobierno, el gobierno de la esperanza, el gobierno no de los pobres, le exigieron su renuncia, y luego no le dieron nada por tantos años trabajados. El nuevo jefe le dijo que pagar las liquidaciones era un acto de corrupción.
Le dijo así con todas sus palabras que en efecto la Ley decía que le tenía que dar 20 días de sueldo por año trabajado y tres meses de indemnización, pero que como él era honesto, se podía dar el lujo de no cumplir la ley, y seguía siendo honesto, como el Patriarca.
La cosa es que el noble Pascual le tuvo que ceder su oficina a un muchachuelo hijo de una señora que sobrevivía haciendo limpias a gente sucia del alma y vendiendo a los feos pociones para el amor. Era bruja, vaya.
Eso sí, ese muchachuelo ignorante y mal vestido era un fanático de López Obrador y obtuvo su cargo porque era un “compromiso” de Morena.
Ahí veo a Pascual, sentado en una banca del parquecito que está cerca de su casa. Se salió porque ya no aguanta las miradas de sus hijos que le preguntan por qué dejó de funcionar como padre y ya no les da dinero como antes ni les compra ropa y juguetes… y comida.
Tampoco puede soportar, me lo dice su cara agotada por las carencias de los s suyos, lo que todos los días le reclama su mujer, que le ha ido perdiendo el respeto y pasó en sus palabras desesperadas de ser «desempleado» a «güevón», así, con la «g» bien pronunciada, y va camino a ser ‘»pendejo», porque no le ve salida a esta encrucijada después de que ha ido a pedir chamba en diez, veinte, 50 lugares a donde ha llevado su currículum y ha presentado proyectos inauditos, programas viables, desarrollos geniales.
Pero nada…
Es que él era un entusiasta del PRI y siempre había asistido a mítines y había promovido el voto entre sus vecinos.
«No, compadre, ni le busque, usted no va a tener cabida nunca en la Cuarta Transformación. No ve que lo tienen catalogado como corrupto, aunque nunca haya robado ni un peso», le dijo su mejor amigo, que había logrado colocarse en un puesto en el que estaba haciendo una fortuna, cobijado por la complicidad de su inmediato superior.
Este buen ciudadano, “que padre y marido ha sido, empeñoso y diligente”, ha llegado a tener pensamientos extraviados, desde meterse a robar, o a vender drogas.
Por su mente ha pasado ya varias veces la tentación zalamera del suicidio.
Me le quedo viendo y no sé qué va a hacer para salir de su terrible situación de hombre inservible. Él tampoco, porque ya agotó todas las posibilidades legales.
Pero algo va a hacer, porque Pascual, ahí donde lo ve, menudito y derrotado, es un superviviente sin remedio, y va a sacar fuerzas de quién sabe dónde para que su familia siga existiendo en la faz de la tierra, de esta tierra yerma e inhumana que todos los días se le opone.
Como tantos mexicanos, cómo casi todos, es un superviviente, ya lo van a ver…
Porque los hombres pasan ero las instituciones quedan.
Y las instituciones pasan pero El Hombre queda.