El azadón de la Libertad.
Cierto día, aquel campesino iniciaba su jornada de trabajo en la parcela, cuando de pronto algo se cruzó en el camino de las bestias; no quisieron avanzar más, por lo que el hombre se asomó a ver que había asustado a los animales y lo que vio lo dejo atónito, frente a el resplandecía un azadón dorado con impecables formas que de inmediato busco sacar. Aunque la maniobra no fue fácil, al fin quito la tierra de alrededor y unas piedras que lo sujetaban al terreno y logro sacarlo. Apenas lo tomo en sus manos, se percató de que el azadón tenía un raro comportamiento, su peso se acrecentaba a veces y otras más se volvía muy ligero. Envolviéndolo en su sarape, el campesino volvió a su casa con su nueva adquisición y lo mostró a su esposa, quien sorprendida lo tocaba repetidas veces tratando de adivinar de que material seria… “¡si fuera de oro¡¡¡, terminarían sus apuros económicos”-penso.
A la mañana siguiente decidieron llevarlo con un anciano conocido suyo para que les ayudara a saber de qué material estaba construido. Otra vez envolvió el azadón en su sarape y tomo camino a la casa del amigo, un hombre de edad avanzada que vivía como un ermitaño lejos de la ciudad. Con todas las precauciones para que no lo vieran le mostró el azadón al amigo, quien sin dudarlo le dijo que por las características del metal era oro con lo que estaba construido el azadón pero que su peso era muy poco para que pudieran venderlo a buen precio. Emocionado con la noticia del material pero desencantado por el peso del azadón, el campesino regreso a su casa para contarle lo sucedido a la esposa.
Era ya de noche y estaban elucubrando los planes para vender el azadón y en que lo gastarían, cuando alguien toco a la puerta; un hombre de extraña figura y refulgentes ojos los saludo y les pidió que le permitieran entrar. Cuando estuvo adentro les contó que había extraviado en el campo su azadón, que si ellos sabrían algo de eso. De primera intención lo negaron pero con cierto remordimiento y cediendo ante los extraños ojos del hombre que tenían frente a ellos, que brillaban como dos llamas ardientes aceptaron que lo habían encontrado en el campo cuando estaba trabajando en su parcela pero que se lo devolvería en ese momento. El extraño hombre hizo un ademan de compresión y en señal de agradecimiento por la actitud de entregarle el azadón sin más, les propuso un acuerdo, primero les explico las propiedades de aquella extraña herramienta: el azadón cambiaba de peso de acuerdo a la persona que lo tomara y le permitía encontrar metales preciosos bajo la tierra, cuando se volvía pesado detectaba oro y cuando se ponía ligero indicaba que no había ningún metal; pero además, cuando la tierra se trabajaba con el azadón, la tierra producía más y en menor tiempo o se convertía en tierra infértil de acuerdo a las acciones de quien lo trabajara. Cuando lo colocaba en las manos de alguna persona también le indicaba si iba a vivir o morir, moriría si el azadón se volvía pesado y viviría si era ligero.
Adivinando de quien se trataba, la pareja de campesinos guardo silencio, mientras seguían escuchando. El personaje les daría la oportunidad de usarlo para encontrar el tesoro que estaba en su terreno y probaran lo que les había dicho, en tres días regresaría pero si hacían mal uso del azadón se volvería pesado para ellos con lo que eso conllevaba. Se despidió de los campesinos, quienes se quedaron estupefactos e incrédulos por lo acontecido y se perdió en la oscuridad.
A la mañana siguiente muy temprano el campesino tomo camino hacia la parcela acompañado de su esposa. Con una sola mano cargaba el azadón cuando de pronto este se desprendió de su mano con mucha fuerza hacia el suelo, cuando quiso levantarlo nuevamente no pudo por lo pesado de este. Recordando lo que le había dicho el personaje de los ojos de fuego, excavo en el lugar y después de un rato pudo ver como de una extraña vasija rebosaban monedas doradas. Feliz por el hallazgo, la mujer se apresuró a echarlas en un morral que llevaba. Después de eso, el azadón se volvió tan ligero como al principio. El campesino animado por probar lo que pasaba si trabajaba con el empezó a recubrir las plantas pequeñas jalando tierra con el azadón, sin percibir de inmediato ningún cambio. Después de terminar un surco completo, volvieron a su casa, guardaron las monedas encontradas y volvieron a hacer sus planes para gastarlas.
Al día siguiente nuevamente muy temprano regresaron a su parcela y para su sorpresa las plantas que el día anterior estaban apenas asomando ahora estaban grandes y frondosas, a punto de echar frutos, ya no había ninguna duda que lo que habían escuchado hacia dos noches era verdad, por lo que el hombre completo los surcos que le faltaban con el azadón dorado.
Al tercer día siguiendo con sus labores del campo, el campesino volvió a su parcela y como el día anterior ahora toda su siembra estaba completamente cubierta de flores y frutos, nuevamente regreso a su casa feliz por su siembra, antes de entrar a su domicilio se encontró de frente con su compadre a quien le tenía mucha confianza, contándole lo que le había sucedido; le mostró el azadón y cuando el compadre lo tomo en sus manos nuevamente se volvió tan pesado que no pudo cargarlo y lo coloco en el suelo. Otra vez, volvió a recordar lo que significaba eso y asustado le pidió que pasara a su casa; el compadre acepto pasar, se sentó en el comedor y tomo el vaso que le ofreció la dueña de la casa, cuando empezó a tomar el agua del vaso extrañamente empezó a toser copiosamente y cayó al suelo fulminado por un infarto. El azadón había marcado su destino. Asustados esta vez por lo que habían creído un mito llevaron al compadre a su casa y regresaron a esperar al misterioso personaje. Sentados, sin hablar, esperaron toda la tarde. Por la noche el visitante apareció; encontró el azadón limpio, en una cubierta de tela que había fabricado la esposa del campesino y muy cerca de la puerta. El visitante como en días anteriores miraba fijamente con sus ojos refulgentes a los dos individuos que no atinaban a mirarlo a la cara por miedo. Se dirigió a ellos preguntando que les había parecido la experiencia del azadón, a lo que solo se vieron uno a otro y contestaron al unísono: “¡de mucho miedo!”. El personaje no pudo contener reírse a carcajadas por el miedo que percibía. Pasados unos minutos los hizo prometer que no deberían mencionar lo sucedido, tomo el azadón y les dijo que pronto volvería a visitarlos.
Después de que se marchó aquel personaje, los esposos sacaron las monedas y las colocaron en una bolsa. Muy temprano las depositaron en la urna de la iglesia y el hombre regreso a su parcela a seguir con su labor de cultivo con su viejo azadón. A partir de ese día, los objetos que encontraba en su parcela los enterraba más profundamente para no tener más sorpresas tan terroríficas.
Excelente noche.
“Cuentos de frio y miedo en Perote”, PacoOrozco (2021)
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