Cortejo fúnebre en Xalapa
Juan Armenta López.
Cuatro sombras cargando una caja de muerto fue motivo suficiente para que, tío Chalito, dejara de beber aguardiente porque creyó estar perdiendo la razón con esas visiones fantasmales. Dijo tío Chalito que del brutal susto y del pestilente tufo del muerto que llegó hasta su nariz, cayó desmayado como gota de cebo en el piso de la fábrica. Doña Julia, la carbonera, dueña del viejo anafre, dijo que ya eran varias veces que habían visto lo mismo que decía el viejo Chalito. Refugio, la anciana que vendía el tepache de tibico, dijo que el cortejo fúnebre salía allá por debajo del puente de la fábrica de telas del Dique. Dijo Carmen que luego el cortejo fúnebre cruzaba por los empinados barriales llenos de estiércol y de aguachal. Tomasa platicaba en la cola del molino de nixtamal que tío Pepe logró verle la cara a uno de los cargadores del muerto con la luz titilante del poste de la esquina. Cuando el espanto volteó, dijo tío Pepe que le pudo ver los ojos centellantes como si tuviera dos brasas de carbón ardiendo en la cara. Era tanto el miedo de los pobladores de Xalapa que los incrédulos se volvieron crédulos y los ateos buscaban caminos para volver a Dios. Doña Evangelina, la carioca, aseguraba que esos espantos habían sido trabajadores de la fábrica que murieron en la revuelta comunista cuando los persiguieron por “alzados”. En ese entonces, Xalapa estaba asediada de historias de espantos: se hablaba del vampiro de Palo Verde, la muerta de Juan Soto, la novia de la banca, las bolas de lumbre de San Bruno, la llorona de la Represa del Carmen y la resucitada del Cachichín, entre otras. Y para quienes no creían en esas cosas de muertos tan ciertas, se les hizo raro que el capellán, don Bonifacio, fuese a regar agua bendita canonizada, por todo el lodazal por donde pasaba el cortejo fúnebre. El capellán, en su sagrada misión, se hizo acompañar por familias enteras que buscaban recuperar la tranquilidad de esos lugares. Al otro día de la bendición, el periódico “El Tema de Hoy” sacó en sus páginas una fotografía borrosa del cortejo fúnebre en donde se veían cuatro sombras cargando un féretro. Muchas personas veníamos de lejanas rancherías a Xalapa, por dos cosas: a ver el entierro fantasmal y a ver a la Virgen que se había aparecido en un árbol donde hoy está una pequeña capilla en la esquina del camino a San Bruno y Ruiz Cortines. Nos vamos con “todi” chiquillos a ver al muerto y a la Virgen, decía tía Chata antes del viaje. Cuando estuvimos en Xalapa, todavía recuerdo aquella polvazón rumbo al lugar de la Virgen de San Bruno: a las mujeres se les empanizaron las pestañas de un polvo como de hollín y parecían gallinas culecas saliendo del revolcadero. Y la verdad, nosotros nunca vimos nada entre aquella pelotera de curiosos. Pero eso sí, a la abuela le tuvimos que decir que la Virgen estaba muy bonita, eso para evitar un cachetadón innecesario. En aquél entonces, era el Xalapa frío, el Xalapa de humo, el Xalapa que tenía poca luz
de sol y poca luz de poste, era el Xalapa de tinieblas. Era el Xalapa de poemas, de música clásica y de leyendas. ¿Lo mejor del viaje?: el café y el pan de chinos Fong Wong, ¡un manjar de dioses! Gracias Zazil. Doy fe